El festival Eufònic clausuró ayer su decimotercera edición. El lugar escogido fue el Castell de Miravet, donde el cuerpo y la voz de Maria Coma en formato trío, acompañada de Maider Lasa Santamaría y Aida Oset (substituyendo a Elena Tarrats), traspasó los muros de la iglesia de la fortaleza. Así, en una demostración de delicadeza y precisión vocal y corporal, Maria Coma presentó su último trabajo, Vocal Roots (Foehn Records, 2024).
En él ha utilizado como único instrumento su cuerpo: voz, respiraciones, latidos y resonancias. «Hagas lo que hagas, la conexión con el cuerpo es tu primer instrumento. Para mí, la voz es un elemento esencial de expresión y de arraigo al propio cuerpo; por ello, empecé investigando la vibración, como fricción, puesto que el cuerpo vibra constantemente a diferentes niveles y sonidos, como por ejemplo a través del latido del corazón, la respiración, etc.», explicó al Diari la compositora.
De esta manera, el directo de Maria Coma en el Castell de Miravet fue sinónimo de una experiencia poliédrica, a medio camino entre la música, el arte y la performance. A través de una cautivadora atmósfera de sonidos, entrelazados unos con otros, las tres intérpretes arrastraron al público -que a su llegada encontró una vela en sus asientos- hasta las infinitas posibilidades expresivas de la voz y del cuerpo, como instrumento para vincularlo a los conceptos de origen y de raíz biográfica. Poco a poco, en un ejercicio de generosidad, las tres intérpretes liberaron su voz y cuerpo porque, en palabras de Maria Coma, «saber entender y trabajar la anatomía general expande las capacidades expresivas y vocales».
Por último, en un llamamiento a la escucha y en un ejemplo de como la pasión por la música puede transmitirse desde la cercanía y entrelazarse con las artes escénicas, Maria Coma, Maider Lasa Santamaría y Aida Oste alumbraron el final del concierto con Tonada de luna llena, porque «así es cómo se enamora; tu corazón con el mío».
Después, fue el turno de Leuclus, formado por Alián Rodrigues, Violeta Albareda, Riccardo Massari y Gerard Díaz. El proyecto de experimentación musical y poética se desenmascaró ante el público a través de instrumentos como un cencerro, una concha marina o el gong.
Entre todos ellos, el original tarcordium de Riccardo Massari -un instrumento formado por cuerdas con dos picas y varios muelles que proporcionan la resonancia del sonido- acaparó buena parte del protagonismo, junto a un repertorio de poesías firmadas por Gerard Díaz, y que invitaron, en palabras de su autor, «a transitar entre el arcaísmo y la contemporaneidad, en un toque de atención a los hitos y errores de la historia de la humanidad».
‘El jardín de las delicias’
En Amposta, inspirándose en El jardín de las delicias del pintor neerlandés Jheronimus Bosch (el Bosco), la artista barcelonesa Anna Rierola cautivó hasta el último día al público de Eufònic con una deslumbrante creación de arte digital, que se compone de una doble obra, El Edén y El Infierno, una lección de todo lo que, como sociedad, podemos aprender de la Biología.
«El valor que podemos aprender de los sistemas biológicos es que el patrón de vida fundamental es la red, es decir, donde hay vida, hay cooperación. En cambio, cuando la comunicación entre células disminuye, el sistema empieza a desintegrarse y aparece la enfermedad y la muerte; lo que también se puede extrapolar a la sociedad», detalló la artista, cuya obra se compone de centenares de imágenes científicas del campo de la Biomedicina.
Por último, Anna Rierola hacía hincapié en que «mientras que El Edén es el equilibrio ecológico, El Infierno representa el desastre como consecuencia de la falta de cooperación y colaboración». Así, siguió explicando, «en representación del fuego, la figura central de El Infierno es un cáncer de páncreas porque la enfermedad es consecuencia del crecimiento celular descontrolado; una evidencia que extrapolada al actual comportamiento del ser humano también lleva al desequilibrio de la sociedad y del medio ambiente».
Toda una lección sobre el misterio de la vida.