Otro libro sobre memoria histórica relacionada con el franquismo. Es uno de sus temas preferidos.
Yo estuve en la clandestinidad. Conocí el franquismo de primera mano y la mejor forma de explicármelo a mí mismo bien era investigarlo. Las investigaciones me llevaron a a los archivos de la policía franquista. Fui el primero en acceder a ellos.
¿Últimamente se está blanqueando el franquismo?
Hay dos ejes de reflexión sobre esta pregunta, que es muy interesante. Uno es el auge de la extrema derecha, partiendo del centro derecha, el PP para entendernos, que procede del franquismo y que nunca lo ha condenado. La extrema derecha no solo no lo condena, sino que parece en ciertos momentos que reivindique ciertas cosas.
¿Y la segunda reflexión?
Determinados sectores de izquierdas buscan notoriedad a partir del victimismo. Hay una cierta tendencia a decir que es como si estuviéramos en una continuidad de franquismo.
No lo estamos.
Claro que han pasado cosas terribles y que ha habido presos políticos. Han pasado muchas cosas que adolecen de democracia. Pero no estamos en el franquismo. Aquí se vota y hay mecanismos de control democráticos. Por un lado, se olvida lo que fue la dictadura y, por otro lado, se banaliza un poco.
Según los sondeos, hay jóvenes que piensan que se vivía mejor durante el franquismo. ¿Cómo es posible?
Yo me lo explico precisamente por el auge y la moda de las extremas derechas. Ha habido una crisis de las izquierdas. Están perdiendo capacidad de movilización, entre otros motivos, a partir de la caída del Muro de Berlín. Esta dejadez de la izquierda reivindicativa contribuye a que la reivindicativa la haga la extrema derecha.
A la extrema derecha no solo la votan los ricos.
La vota mucha parte de la clase obrera y de las capas populares que están descontentas con el sistema. Es decir, el antisistema se va a la extrema derecha.
Mucha gente se ha desilusionado de la izquierda.
La gente se ha desilusionado de la gestión del poder y la izquierda no ha sabido aprovecharse. No creo que la gente se haya descontentado de la izquierda, sino de la política y la izquierda ha hecho dejación de reivindicar un antisistema ‘positivo’.
¿En un contexto como este, la memoria histórica de libros como el suyo es más necesaria que nunca?
Yo soy un periodista que hace un poco de literatura y escribe libros. No me quiero dar más valor del que tengo. Ojalá que mi periodismo o mi libro hagan una función social y política, pero yo lo escribo con finalidad puramente informativa y literaria. Si tiene un valor añadido, me parece muy bien, pero no voy de paladín.
En todo caso la memoria histórica es fundamental.
Sí. Es necesaria, hoy y siempre, porque la historia nos enseña a vivir mejor y a ordenar razonablemente el presente. La memoria histórica no es solo un ejercicio de mirar al pasado. También es un ejercicio para mejorar el presente.
Hablemos un poco de Comorera. Tenía vínculos con Tortosa.
Fue director de una publicación de izquierdas, El Pueblo, que se editaba en Tortosa y fue encarcelado en la misma Tortosa. Allí pasó su primera Navidad de casado porque su a su mujer la autorizaron a visitarlo.
El franquismo le condenó a 30 años de prisión y los suyos le atacaron. Los comunistas le tildaron de «traidor», «delator», «perro policía», «pequeño burgués»... Los puntos intermedios, por decirlo así, siempre son complicados.
Sí. Por eso yo cito la canción ‘Blanco y negro’, de Aute, que dice que «lo blanco es blanco y lo negro es negro. No hay grises que valgan por medio». Qué complicada es, incluso en periodismo, la equidistancia, ¿no?
Desde luego. Usted ha entrevistado a etarras y a policías.
Sí. Cuando yo hice periodismo sobre ETA, entrevisté a dirigentes de ETA, pero también a policías. Creo que hay que dar la versión de todas las fuentes posibles.
La propia hija de Comorera le repudió.
Tomó partido por las posiciones oficiales del Partido Comunista de España y del Partido Comunista de la Unión Soviética, del Camarada Stalin, que decían ellos. Desde la carnalidad de la propia hija, a la cual ya no vuelven a ver ni Comorera ni su esposa, Rosa Santacana, es un episodio dramático.
Comorera estaba exiliado en Francia y decide volver a España. ¿Por qué? Se jugaba la vida. Y la perdió. Murió en prisión.
Por dignidad y coherencia con su ideario. Porque si propugnaba que había que luchar contra el franquismo, tenía que dar ejemplo.
Usted también habla del policía que le detuvo, Antonio Juan Creix.
Durante muchos años fue considerado uno de los arquetipos de la represión y de la tortura, pero era un hombre inteligente, cultivado y creyente. En un momento determinado, a partir sobre todo de la detención de Comorera, hace un replanteamiento de los métodos más bestias que utilizaba la policía franquista.
Un personaje complejo.
Volvemos a los espacios intersticiales ni de blanco ni de negro, sino los grises. Al final de su vida hace un memorándum de actuaciones suyas que fueron, digamos, de ‘acuerdo a derecho’. Hay testimonios fiables que cuentan que les torturó y otros que dicen que a ellos no les tocó.
Paradójicamente, como en el caso de Comorera, los suyos también le defenestraron.
Los franquistas que preparaban la Transición creyeron que expedientando a Creix tenían un chivo expiatorio. Podían presumir de que el policía más denunciado había sido expedientado. La teoría del chivo expiatorio es transversal a lo largo de la historia.
Creix pasó de ser uno de los policías más condecorados a quedar totalmente apartado.
Fue Jefe Superior de Policía del País Vasco en plena ETA y luego Jefe Superior de Policía de Andalucía. ETA intentó matarlo y le puso un ataúd en la puerta de su casa. Finalmente le abrieron un expediente y acabó poniendo sellos en el aeropuerto de Barcelona.