Zoryana Lyashenko nació en Ivano-Frankivsk, al oeste de Ucrania. Después de graduarse en la universidad y, en un momento donde su país estaba inmerso en una crisis política y económica, decidió marcharse y aterrizó en Tarragona. De su partida ya han pasado 24 años y aunque está a miles de kilómetros de distancia de su país natal, ella lo siente cerca. En Tarragona, participó en la fundación de la Asociación de Ucranianos, con el objetivo de visibilizar la riqueza cultural de su país. Antes de que estallara la guerra entre Ucrania y Rusia, las visitas a su país eran frecuentes, pero con el conflicto bélico estas se han espaciado. Justo hoy, hace una semana que volvió. Se jugó la vida para ayudar a sus compatriotas.
Hace apenas una semana que has vuelto de Ucrania, ¿cómo está viviendo el conflicto tu gente?
Continúan con el espíritu de luchar y de seguir hacia adelante para liberar nuestras tierras y expulsar de una vez por todas al agresor. A menudo la situación es triste, pero ni los que están allí ni los que se han visto obligados a refugiarse dejan de tener fe. A día de hoy, Ucrania es un campo de batalla entre la democracia y la dictadura. El mundo tiene que ser consciente de que la victoria de Ucrania es la victoria de la democracia.
¿Has sentido en algún momento miedo durante tu visita estos días?
Miedo como tal, no, más bien preocupación. Cada día sonaban las sirenas antiaéreas y había el peligro constante de que nos bombardearan. Es curioso porque durante el día la gente hace vida normal. Es triste decirlo, pero ya se han acostumbrado a esta situación. Esto es horrible. Queremos vivir y disfrutar de la vida como todos, pero nos ha tocado vivir esto.
Ya han pasado dos años desde la gran invasión, ¿veis la luz al final del túnel?
Sí, pero necesitamos más ayuda internacional. Somos conscientes de que la paz y los acuerdos se firman en un papel, pero las guerras se ganan en los campos de batalla. No nos gustan las armas, pero ahora necesitamos apoyo militar, económico y político. Queremos que los países dejen de suministrar armas a Rusia porque estas solo sirven para matar a gente.
«No quiero compasión, sino que los países y la gente nos den la mano para levantarnos y fuerza para seguir adelante»
Más allá de las secuelas físicas entre la población, supongo que también es duro psicológicamente...
Por encima de todo, sufrimos por nuestros hijos e hijas y el futuro que les espera. Los hijos de refugiados lo pasan también muy mal. Durante esta Navidad escuché un niño ucraniano decir: cantar villancicos aquí es bonito, pero no es como en Ucrania. Es una frase muy simple, pero con un gran significado.
Supongo que es muy complicado dejarlo todo y tener que abandonar tu país a la fuerza...
Tomar la decisión es muy complicado. Cuando empezó la invasión, las personas que partieron no tuvieron tiempo de pensárselo. Vieron una puerta de salida y se agarraron a ella. Muchas mujeres allí no quieren abandonar y dejar solos a sus maridos. Les motiva pensar que están luchando para conseguir un futuro mejor para sus hijos e hijas.
«El mayor miedo es que nos olviden. Me gustaría que las personas hablaran de Ucrania por otros motivos más allá de la guerra»
Ya han pasado dos años, llegados a este punto, ¿cuál es el mayor miedo?
Que la gente nos olvide. Ya no hay tanta repercusión mediática y eso duele mucho. También me gustaría que las personas hablaran de Ucrania por otros motivos más allá de la guerra, como de su riqueza cultural o de sus logros deportivos.
En Tarragona has creado la Asociación de Ucranianos. ¿Como surgió la idea?
En 2014 decidimos crear la asociación para mantener nuestras costumbres y promover nuestro país. Ahora también desde aquí ofrecemos material sanitario, comida y ropa a los ucranianos que están sufriendo.
¿Qué esperas que pase durante los próximos meses?
Espero la victoria de Ucrania, es decir, de la democracia. Mientras, no quiero compasión, sino que los países y la gente nos den la mano para levantarnos y fuerza para seguir adelante.