– «¿Sabíais que a la Arrabassada la llaman la Vall de la embarazada?», pregunta el periodista.
– «Sí, sí, vine a pintar el piso y también me quede embarazada», responde, antes de soltar una carcajada, Carmina Martí, una vecina del barrio.
La escena se desarrolla en el ‘Tereca’, uno de los bares-restaurante más veteranos de la Vall de la Arrabassada. Su dueño, Rafa Calix, sigue al vuelo la broma:«Con el resultado de ayer (la victoria del Barça 2-3 en el Santiago Bernabéu), seguro que hay más embarazadas».
Barrio joven y familiar
La conversación, con las risas de Susana Carreras, otra vecina, como testigo refleja dos realidades: que la Vall de la Arrabassada es un «barrio joven y lleno de niños» –una frase que repiten una y otra vez todos los comerciantes y habitantes de la zona– y de trato muy familiar, sobre todo en negocios como el ‘Tereca’, donde los clientes son fieles.
Esa fidelidad es algo que también destaca Noemí Castell, responsable de una de las fruterías pioneras del barrio, ‘El Racó de Pagés’: «La gente del barrio es muy amable y educada. Son muy fieles. La verdad es que estoy encantada. Hay mucha confianza», asegura. Hay tanta confianza como para ‘vigilar’ si las niñeras tratan bien a los bebés de sus clientes. «Me preocupo. Me gusta cuidarlos», dice.
Si algo abunda en la Vall de la Arrabassada son niños. De ahí el merecido apodo. Cada tarde –pasadas las 17 horas– o los sábados y domingos a mediodía, el Parc de les Lletres Catalanes –el centro neurálgico del barrio– se asemeja más a una guardería que a un espacio urbano.
El pasado lunes –como cada día de buen tiempo– el parquecillo infantil estaba lleno de madres y padres charlando al tiempo que balanceaban a los pequeños en los columpios y vigilaban que no se lanzasen demasiado deprisa por los toboganes o que no se saliesen de los límites de la plaza en sus carreras sin rumbo.
Una de esas madres era Ángela, que velaba por las pequeñas Elna e Ivet. Ángela vivió con sus padres en el barrio, se fue y volvió cuando se casó. «Si vuelves es por algo –comenta–. Tener la playa tan cerca es un lujo para los críos y para los mayores. Y además la escuela está muy bien».
Ángela se refiere a la Escola Arrabassada, ahora ubicada en unos barracones en la calle Carles Babot i Boixeda, muy cerca del Passeig Marítim Rafael de Casanova, que une las playas del Miracle y la Arrabassada. La nueva escuela debe comenzar a construirse dentro de un par de años –si los presupuestos de la Generalitat lo permiten– en unos terrenos del propio barrio.
Mejorar las instalaciones de la escuela es, precisamente, una de las reivindicaciones reiteradas de los vecinos. «Ahora es un espacio reducido y estamos a la espera de que tenga más condiciones, pero, mientras tanto, estamos muy contentos con el profesorado y la enseñanza, con el sistema de educación por proyectos que desarrollan», explica Ángela.
Para Ángela, sería necesario ampliar la zona de juegos del parque. «Ya se ha quedado pequeña por la cantidad de críos que hay», sostiene. «El parque es pequeño para todos los vecinos que vivimos», coincide Carmina. «Para niños de seis o siete años de edad, no hay nada. Los columpios son para los más pequeños », interviene Susana.
Un poco más arriba del parquecillo infantil se sitúan una pista de futbito y sendas canastas de baloncesto. Todo está impoluto. No se ven excrementos de perros por el suelo ni papeles. «Es un barrio muy limpio y cívico», presume Ramon Rofas, propietario del Celler Ramon.
A la Arrabassada le falta, sin embargo, una mejor iluminación en el Parc de les Lletres Catalanes, tal como apuntan la presidenta y la vicepresidenta de la asociación de comerciantes, Anna Llort e Idoia Triana.
Anna es la responsable de ‘Tonus Fisioterapia’: «Este es un barrio donde la gente se mueve, sale a la calle. Es como un pequeño pueblo. La gente piensa que este es un barrio sólo residencial pero cada día hay más negocios. No sé si la gente sabe todo lo que hay». La asociación ya cuenta con una veintena de miembros.
La número 2 de la entidad dirige la academia de inglés del barrio, ‘Inuse Academia i Llibreria Anglesa’: «Los vecinos son gente exigente. Tenemos un perfil de negocios muy respetuosos con la gente». Idoia resalta las buenas relaciones con el Ayuntamiento, pero reclama que «haga más cosas de las que ya hace». Por ejemplo, mejorar la señalización del barrio o instalar un árbol de Navidad, para dar más vida al comercio. Idoia cree que «faltan actividades» para atraer a más gente al barrio.
Juanjo Hidalgo, que está al frente del gimnasio ‘Fitness La Vall’ y reside en el barrio, se enorgullece de que «los vecinos son amables y educados. Se nota que el nivel cultural es medio-alto». Para Hidalgo, que abrió su negocio en agosto de 2006, la Arrabassada es un barrio «muy tranquilo, acogedor, confortable, funcional... Tiene de todo: súper, panaderías, pescadería, ferretería, sitios de comida preparada. Y está a 300 metros de la playa. ¡Qué más se puede pedir!».
Por poner un pero, Hidalgo remarca que la Arrabassada carece de un puesto de lotería «para echar la Primitiva o la Bonoloto. Así no iría al centro. No me muevo del barrio para nada. Creo que voy a vender el coche».
Se busca estanquer@
Marco Borromeo también cree que faltan un puesto de lotería y un estanco. El 1 de abril asumió la gestión del ‘Chambao’, uno de los restaurantes más emblemáticos de la Arrabassada. Marco dirigía antes el ‘Palau del Baró’. «Quien ponga aquí un estanco se forra», augura.
«La Vall de l’Arrabassada me gusta como barrio –continúa Borromeo–. Tiene la playa al lado. Mis hijos van a la Escola Arrabassada. La gente es educada, agradable, sabe estar y sabe valorar los negocios de calidad. No hay la masificación de la Part Alta. Estoy muy contento con el cambio».
Los clientes de ‘Fitness La Vall’ proceden del resto de Tarragona y de otras localidades. Según Hidalgo, no hay problemas para aparcar. Noemí difiere: «Es muy difícil aparcar. Hemos solicitado un vado y nos lo han negado. Tenemos que descargar en la esquina y la Guàrdia Urbana a veces nos ha multado».
Lo cierto es que aparcar por la mañana o a primera hora de la tarde no resulta complicado.«Las calles son amplias. Está cerca del centro y no hay zona azul. Es el mejor barrio de Tarragona », alaba Carmina. «Calla, calla –interrumpe entre risas Rafa–, no lo digas, que no se entere el Ayuntamiento, que nos ponen zona azul».
El problema para aparcar surge a partir de las 19 ó 20 horas, cuando las familias ya están en casa. La mayoría de los residentes disponen de dos coches y una sola plaza de párking.
En crecimiento
El barrio está en crecimiento. Tras el parón por la crisis, ahora se vuelve a construir. Hace unos años, casi no había comercios. Apenas existían edificios entre las calles Josep Foix, la que discurre paralela a la antigua variante, y la Joan Fuster, la del CAP.
La instalación del súper lo cambió todo y fue el punto de partida para que se fueran instalando negocios de todo tipo.
«Las posibilidades son enormes –defiende Rofas–. Es un barrio bien comunicado, que tiene vida sobre todo por la tarde, tras la salida del colegio. Creo que le faltan negocios básicos que indican que un barrio está en su esplendor, como, por ejemplo, un estanco o tiendas de ropa. Todavía hay locales vacíos, lo que demuestra el potencial».
Varios vecinos y comerciantes reclaman una mayor vigilancia. «Echamos de menos que los Mossos patrullen más», confiesa Susana. «Y eso que aquí viven la mitad de los Mossos del mundo», ironiza Carmina.
El presidente de la asociación de vecinos y propietario de ‘La Vall’, la panadería-bar-kiosco del barrio, Josep Maria Bertran, insiste: «Lo peor del barrio es que está poco controlado por la policía. La Urbana sólo viene a poner multas. Lo mejor:que es un barrio joven. El 80% de sus vecinos son parejas con niños».
Sentados en la terraza de ‘La Vall’, Óscar Urgel y Ana Lampreave vigilan a sus respectivos hijos. Óscar define el barrio como «tranquilo y dinámico». Ana replica y se convierte en una de las pocas voces críticas: «Para mí no es dinámico. Los vecinos tendríamos que implicarnos más. Nos falta un centro cívico y un Esplai».
Dos cuestiones han incrementado la calidad de vida del barrio en los últimos años. Por un lado, la desaparición de la variante, y, con ella, del ruido que provocaba el tráfico. Por otro, la instalación de dos farmacias. Durante años, el barrio no dispuso de ninguna pese a contar con un CAP y un sociosanitario, dependientes de la Xarxa Santa Tecla. También alberga sendas guarderías, una municipal y otra privada.
Ana María Vidal Vidal dirige la ‘Farmacia Vidal’, una de las dos del barrio. «Es un barrio abierto, luminoso, alegre, nuevo», asegura, aunque le falta «un buzón de correos y negocios básicos como un zapatero».
La farmacéutica critica que el Ayuntamiento hiciese de sentido único la calle Salvador Espriu. Los ciudadanos que venían de las urbanizaciones de Llevant podían acceder por esa calle, ahora de dirección prohibida. «Cuando lo cambiaron, la recaudación nos cayó en picado», lamenta. Bertran, del kiosco ‘La Vall’, situado en la misma acera, coincide con Vidal: «Hemos perdido clientes de Cala Romana y Boscos». Ahora tienen que recorrer 500 metros más en coche.
El puente de la antigua variante ha quedado como una cicatriz que separa el barrio en sí mismo –delimitado por las calles Josep Foix, Joan Fuster, Via Augusta y la Ermita de la Salut– de la ITV y el campo del Nàstic.
Con el Nàstic, los vecinos y comercios mantienen una intensa relación. Muchos de ellos son asiduos al campo y se ve a numerosos aficionados en los bares del barrio en los días de partido. Pero, sobre todo cuando el equipo vive momentos de esplendor, los coches invaden todos los rincones de la Arrabassada y dificultan el acceso a los parkings privados. Ahora se añora la situación. Todo sea por el Nàstic. Un buen ascenso bien vale un colapso –puntual, ojo– de aparcamiento en la Arrabassada.