«No tener casa mata» es el lema elegido por diversas entidades, incluida Cáritas, pare celebrar hoy el Día de las Personas Sin Hogar. Una pancarta con la frase colgaba ayer de la fachada del albergue de la Fundació Bonanit.
Pero, atención, porque aunque al hablar de personas sin hogar la imagen que viene a la cabeza es la de una persona durmiendo en la calle, la casuística de quienes no tienen una vivienda es infinitamente más amplia, tal como se ha empeñado en demostrar la pandemia. Para ellas, cumplir con las condiciones sanitarias mínimas o aislarse, en el caso de enfermar, son una utopía.
Anna Sabaté, coordinadora provincial de Creu Roja Tarragona, cuenta que el albergue para personas sin hogar que montaron durante el confinamiento a petición del Ayuntamiento de Tarragona lo dejó muy claro. Si bien es cierto que había personas sin techo, también había otras que vivían en pensiones que cerraron, jóvenes extutelados que no tenían dónde ir, y personas con situaciones económicas tan precarias que les abocaron súbitamente a la calle.
Ahora, en esta segunda ola, la entidad humanitaria ha recibido un encargo de la Generalitat para montar dos nuevos albergues; uno, en Terres de l’Ebre, que se inaugurará mañana, y otro, en el Camp de Tarragona.
Aunque en el caso de Terres de l’Ebre inicialmente se pensó en un lugar para que los trabajadores temporeros tuvieran dónde aislarse si hacía falta, lo cierto es que se están preparando para acoger a muchos más perfiles.
Explica que entre las personas a quienes atienden hay gente en viviendas «donde conviven varios núcleos familiares, grupos de jóvenes sin recursos que viven 10 ó 12 en una casa con un solo baño... En fin, sitios donde sería imposible hacer una cuarentena efectiva».
En Cáritas hablan de la misma situación: de grupos familiares que viven en un solo piso, de personas a las que echaron de casa en pleno confinamiento por miedo al contagio... De hecho, explican, a modo de ejemplo, que entre las familias que atienden, la mayoría del Camp de Tarragona, 224 viven «realquiladas» y, de ellas, 171 tienen hijos.
Actualmente, cuando un equipo médico, bien sea de primaria o del hospital, detecta que un paciente que ha dado positivo no tiene las condiciones para aislarse, lo puede derivar a un Hotel Salut. En el caso de Tarragona se encuentra en el hotel SB Express.
Muchas formas de sinhogarismo
Núria Lambea, doctora en Derecho e investigadora de la Cátedra Unesco de la Vivienda de la URV, reconoce que se trata de un fenómeno del que apenas hay datos, por lo que considera que urge que las administraciones se pongan manos a la obra para hacer un diagnóstico. Actualmente la Cátedra está realizando un estudio en Barcelona para el Síndic de Greuges y la casuística de personas sin hogar que están detectando es amplísima.
Aclarando conceptos, Lambea explica que hay diferentes grados, aceptados internacionalmente, de exclusión residencial, comenzando por el eslabón más vulnerable, el de las personas ‘sin techo’ que viven en espacios públicos.
El siguiente estadio se conoce como ‘sin vivienda’. Se refiere a personas que viven en instituciones como centros sanitarios, prisiones o refugios.
El siguiente nivel se conoce como vivienda insegura, personas obligadas a vivir con la familia de manera forzada o a convivir con desconocidos por necesidad, mujeres víctimas de violencia de género, okupas...
Finalmente se contempla la situación de la ‘vivienda inadecuada’ para referirse a quienes viven en una estructura temporal o chabola, una casa que no tenga condiciones de habitabilidad o que se encuentre sobreocupada.
Dos millones en España
Los dos últimos grupos, el de la vivienda insegura y la inadecuada, son los más numerosos, pero sobre ellos no existen estadísticas, advierte Lambea.
Se trata, en la casi totalidad de los casos, de gente que ha tenido que buscar una opción para vivir pero que difícilmente podría cumplir con un aislamiento efectivo para evitar la propagación del virus.
Según el informe Foesa sobre Exclusión y Desarrolo Social en España del año pasado, se estima que en España hay 800.000 hogares; 2,1 millones de personas que sufren situaciones de inseguridad en la vivienda.
Pese a todo, la especialista señala que esta experiencia también nos está dejando experiencias positivas a tener en cuenta, y pone el ejemplo del albergue que se habilitó para personas sin hogar durante el confinamiento y en el que se integraron servicios de higiene, salud o formación «y no por el hecho de haber superado una crisis hay que dejar de ofrecerlos. Esto ha demostrado que es posible un trabajo conjunto entre la administración y las entidades... La pandemia nos está demostrando que el derecho a la vivienda y a la salud van ligados y no se puede tener el uno sin el otro», señala la investigadora.