Las siete generaciones de los alcaldes Castellví se van a acabar probablemente mañana o, al menos, van a vivir un paréntesis. Lluís Maria Castellví (64 años) no se presenta a la reelección como alcalde de L’Argentera. Gobierna el municipio del Baix Camp desde 1987.
Su marcha, junto con la de Jaume Casas, 40 años al mando de la Riera de Gaià, da carpetazo a toda una era por parte de los alcaldes más históricos de la provincia. «Estuve cuatro años de concejal y llevo 36 de alcalde. Por respeto a mi mujer, lo dejo, para dedicar más tiempo a la familia. Tenía ganas de seguir pero también hay mucho desgaste. Esta ha sido una legislatura agotadora, con la pandemia por medio. 40 años de servicio ya han sido suficientes».
Castellví hace un balance muy positivo: «El pueblo ha cambiado mucho, parece otro. He procurado trabajar en todos los campos. Me voy muy contento y tranquilo». A Castellví le ha movido siempre «un espíritu de servicio a los demás y al pueblo, y es algo que me ha dado muchas satisfacciones. Eso no se paga con dinero». Confiesa su sueldo: 700 euros al mes, pagas extras incluidas, por una dedicación al 70%.
Químico de profesión, se dedica al taxi, es avicultor y hace de payés en sus granjas. A sus 64 años, seguirá trabajando hasta los 65 y luego probablemente se jubilará para disfrutar de más tiempo libre. Atrás queda toda una saga de alcaldes con el apellido Castellví. Su padre, su abuelo, su bisabuelo... y así hasta siete generaciones. La tradición no tendrá continuidad, al menos por el momento: «Mis hijos tienen 33 y 24 años y no están por la labor».
Finiquita así nueve mandatos y una colección de mayorías absolutas que le erigen en uno de esos ediles por antonomasia. «Siempre digo que tengo tres nombres cuando la gente se dirige a mí. El primero es Lluís Maria, el segundo es alcalde, y el tercero es ‘ahora que te veo’. Porque es lo que nos piden los vecinos para que ayudemos a resolver cosas», dice.
Aún más duradera habrá sido la estancia de Jaume Casas, en La Riera de Gaià (Tarragonès). El responsable municipal pone el broche a cuatro décadas liderando el consistorio. «No he perdido las ganas de hacer cosas pero creo que tenemos que dar paso a las nuevas generaciones, mejor preparadas», explica. Su hijo Joan, concejal en los últimos cuatro años, toma el relevo como cabeza de lista.
Jaume entró a los 28 para ayudar a su pueblo. Se va a los 68, padre de dos hijos y abuelo de cinco nietos: «Lo veíamos todo muy atrasado y queríamos progresar. Hemos hecho muchas cosas. No es fácil contentar a todo el mundo. El balance general es bueno».
Con el adiós de Castellví y Casas no quedarán en la provincia alcaldes que empezaran en los 80.
Dos incombustibles que se vuelven a presentar
A Josep Lluís Cusidó alguien le bautizó como el «alcalde inoxidable». Contra la erosión del paso del tiempo, el histórico edil socialista de Vallmoll (Alt Camp) tiene cuerda para rato y aspira mañana a su noveno mandato. Es uno de los dos alcaldes más longevos que quedarán, ambos de 1991. «Tengo muchas energías, me siento con la misma fuerza que el primer día», admite, y enumera los retos del futuro: «Cuando gobiernas, además de adquirir el compromiso de planificar proyectos y llevarlos a a cabo, luego tienes que pagar las obras y por eso nuestra intención es continuar y seguir adelante».
Después de 32 años en el cargo, casi media vida de los 72 que tiene, no planea retirarse. «La familia me apoya, está de mi lado. En un pueblo como el nuestro, de tamaño medio, ni grande ni pequeño, los dolores de cabeza existen, siempre hay problemas, pero si uno se encuentra bien, tiene que seguir». Serán sus novenas elecciones, una reválida a su gobierno de sobras consolidado.
En siete de los ocho anteriores comicios logró la mayoría absoluta, con la excepción de los primeros, los de 1991. ¿Será su último mandato? «No me lo planteo. Normalmente cuando falta un año para las elecciones piensas las cosas, haces balance, y tomas una decisión. Ahora estoy con fuerzas para seguir cuatro años más. Me mueve la voluntad de servicio público. Los pueblos, para avanzar, tienen que gozar de estabilidad».
El otro munícipe que persiste desde inicios de los 90 es Joaquim Paladella, al frente de Batea (Terra Alta). Como Cusidó, reconoce que «tengo la ilusión del primer día, hemos hecho una campaña tranquila y las perspectivas son buenas». Siete de los ocho mandatos han sido en mayoría. Encara una nueva cita con las urnas con responsabilidad: «Estamos en un momento crucial en el que nos jugamos el futuro del municipio y también de la comarca». El desafío pasa por diversificar la economía, combinando la agricultura con la industria o el turismo, y aprovechando también el fondo nuclear: «Hay que combatir la despoblación rural y mantener servicios», dice el alcalde. Paladella, de 60 años –entró con 28–, ejerce a base de sacrificar tiempo libre y vida personal: «Si no me gustara no seguiría. Es un esfuerzo, hay días duros, pero te compensa. Entré de joven porque quería cambiar el mundo. A lo mejor eso no lo logras pero sí haces cosas por el pueblo. Estamos en un instante decisivo». Paladella, que también es diputado en el Parlament, combina su rol político con la agricultura: «Ahora mismo estoy en el campo, en la viña. Esto es también mi vida».