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Andreu y Jordi, dos generaciones de pescadores en lucha

Pescadores. La historia de este abuelo y su nieto representa un hilo de esperanza para un colectivo que está pasando por uno de sus peores momentos

27 febrero 2024 14:23 | Actualizado a 28 febrero 2024 07:00
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Andreu y Jordi. Abuelo y nieto. A ambos les une la pasión por la pesca. Y ahora también la lucha por la supervivencia del colectivo, que está pasando por uno de sus peores momentos. Las normativas ahogan a los pescadores y las sanciones les arruinan. Cada vez son menos los días que pueden salir a la mar y más las inspecciones que deben sortear. Por todo ello, el relevo generacional no está garantizado, lo que deja entrever que a la pesca le quedan los días contados. La pesca necesita gente joven y preparada para afrontar los retos del futuro. La historia de Andreu y Jordi representa un hilo de esperanza en todo este relato.

Andreu Domènech tiene 82 años y es vecino del Serrallo. Se embarcó por primera vez cuando tan solo tenía 13 años, acompañando a su padre y a su abuelo en la embarcación Maria Ferré. «No quise estudiar, aunque se me daba bien. Mi obsesión era pescar», explica Domènech. A los 58 años tuvo que jubilarse tras sufrir un infarto.

Domènech enseñó el oficio a su hijo, quien todavía continua capitaneando el negocio familiar. También siguieron sus pasos el yerno y el nieto. Domènech va cada día a recibirles a puerto. No se ha perdido ni una jornada. «Me gusta ver cómo llegan y saber cómo les ha ido. Si han pescado mucho o poco y cómo están. Haga frío o calor, allí estoy yo», explica Domènech, quien añade que preferiría estar embarcado con ellos, en lugar de estar en tierra –como él dice–.

«Me da mucha pena pensar que se acerca el final. Nos tratan como si fuéramos delincuentes»
Andreu Domènech
«Me gustaría seguir con la tradición familiar, pero la verdad es que nos lo están poniendo difícil»
Jordi Vidaller

Asegura haber sido muy feliz dedicando su vida a la mar, aunque reconoce que las cosas han cambiado mucho. «Ahora estamos muy mal, nos tratan como si fuéramos delincuentes. Todo son normativas, inspecciones y controles. Muchos impedimentos y también muchos gastos, que no hacen rentable el negocio», opina el protagonista, quien añade que «me da mucha pena pensar que se acerca el final».

Quien lo vive de primera mano es Jordi Vidaller, el nieto de Andreu. Tiene 29 años y es pescador desde los 19. Estudió Bachillerato y un grado superior, pero explica que no se sentía realizado. Cuando era más joven, Vidaller aprovechaba los veranos para ayudarles desde tierra, haciendo el hielo y otras tareas, cosa que les permitía llegar antes a casa. Poco a poco fue adentrándose a este mundo hasta que decidió dejar los estudios y embarcarse.

Vidaller empiesa su jornada laboral a las cinco de la mañana y no llega a puerto hasta las seis de la tarde. Compagina la pesca con su faceta de entrenador de baloncesto, lo que le permite desconectar de la mar.

Reconoce tener un trabajo duro, comparado con el de sus amigos. Algunos son profesores o repartidores. «Es diferente. Por ejemplo, ellos tienen cobertura y, si tienen que hacer alguna gestión pueden hacerla. Yo, en cambio, en el mar, estoy desconectado de todo. Si ocurriese alguna cosa, no me enteraría», explica Vidaller.

Pese a ello, el joven asegura estar satisfecho con la decisión de dejar los estudios y ser pescador. «Me gusta. Y eso es importante porque, en este trabajo, si no te gusta, no duras ni dos días», añade. Su abuelo, Andreu Domènech, no opina lo mismo. «Para mi, que Jordi se dedicara a la pesca fue una equivocación. Es muy duro y el futuro no está garantizado», explica el abuelo, quien, a la vez, no puede disimular la emoción que siente al ver a su hijo y a su nieto trabajar en la barca.

A Vidaller le gustaría seguir con la tradición familiar, pero reconoce que no se lo están poniendo fácil. «No dan facilidades para nada. No puedo seguir sacándome títulos necesarios, porque debería dejar de trabajar», explica el joven. Otras de las problemáticas con las que se encuentran es el precio del petróleo, las sanciones desorbitadas o la reducción de días para pescar, impuesta desde la Comisión Europea. «Nos sentimos perseguidos, como si fuéramos delincuentes. La realidad es que somos un bien de primera necesidad», defiende Vidaller. Tanto abuelo como nieto coinciden en destacar la importancia de seguir luchando para mantener el oficio que les ha marcado la vida. Es momento de que las diferentes generaciones unan sus fuerzas.

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