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La Quinta de San Rafael, una historia de abandono

A fecha de hoy, la realidad es que es una zona descuidada, peligrosa y abandonadapor los consistorios:el de ahora y el anterior

07 mayo 2022 17:46 | Actualizado a 07 mayo 2022 17:48
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El Parque Rafael Puig i Valls nació a principios de la década de los años sesenta, por iniciativa privada, para urbanizar la ciudad que se expandía hacia esa zona, donde se ubicaba la necrópolis romana. Tarragona crece con el desarrollo de la industria petroquímica, que provoca el aumento de la población y la consiguiente falta de vivienda disponible. Este hecho lanza a determinados constructores y promotores a la edificación en las fincas que lindaban con la antigua carretera de Valencia – Reus, la actual calle de Ramón y Cajal. Algunas de estas fincas formaban parte del recinto de la Quinta de Rafael Puig i Valls.

En esa época no existía el concepto urbanístico de solar ni de ordenamiento municipal, tal y como lo entendemos hoy, sino fincas (urbanas o rústicas) y un difuso y lejano diseño o plan de ciudad, que posteriormente concretaba y urbanizaba el promotor, siguiendo unas instrucciones municipales, con la cesión posterior de los servicios básicos. Esto puede explicar el alto volumen edificado de las calles de la zona.

La finca Rafael Puig i Valls se ubicaba entre la antigua carretera de Valencia (actual Ramón y Cajal) y la nueva carretera (actual Av. Roma), que coincidía con un camino que transcurría por detrás del edificio de la finca.

La Quinta de Rafael Puig i Valls no coincidía totalmente con el trazado del actual parque. La franja de zona verde actual que linda con el aparcamiento municipal no estaba incorporada. Incluso se llegó a hacer prospecciones para abrir un nuevo vial que, finalmente, no prosperó por la aparición de enterramientos romanos.

El Parque Rafael Puig i Valls, antes Parque de la Ciudad, pretendía ser un espacio medioambiental, un pulmón verde en el centro de la ciudad, que incorporase los ideales ecologistas de su inicial propietario. Lamentablemente, de todo ello poco o nada ha quedado en la memoria ciudadana.

Tarragona-centro no se caracteriza por disponer de zonas verdes, aparte del Campo de Marte, el parque de Saavedra y el parque del Francolí. Este último gestionado por la fundación Onada de manera positiva.

A fecha de hoy, la realidad es que el Parque Rafael Puig i Valls es una zona descuidada, peligrosa y abandonada por los consistorios: el de ahora y el anterior. Tan solo los perros y sus amos pasean alegremente por sus jardines; el resto de ciudadanos evitamos pasar por él y cuando lo hacemos nos encontramos con escurrideras de arena, guijarros que se clavan, vagabundos, desocupados, jóvenes menores, etc., amén de los mencionados canes.

A la izquierda de su entrada principal, se hallan unos restos romanos que nadie identifica como tales, ya que no existe ningún cartel indicativo.

En el centro del parque se ubica el edificio de la Quinta de San Rafael, de 1913, obra del arquitecto modernista Juli Maria Fossas Martínez, construido por encargo de Marià Puig i Valls para su hermano Rafael. Las letras capitales en la reja de entrada nos recuerdan quién fue su dueño, nacido en Tarragona el 31 de mayo de 1845.

Rafael cursó la carrera de Ingeniero de Montes. Su labor técnica y científica fue grande: trabajó en la repoblación de la cuenca del Llobregat y de las dunas del golfo de Rosas. Fue gran divulgador de la ciencia; para atraer a los ciudadanos a la montaña, y así conocer las masas forestales, fue iniciador del Club Alpino y precursor de la Asociación Excursionista de Cataluña. Fue el primer ecologista de nuestra época, pues centró sus energías en defensa de la protección de la agricultura, del aprovechamiento racional de las aguas y de la conservación del suelo. Y con este fin creyó indispensable despertar el amor al árbol en todos los ciudadanos y especialmente en los niños. Con este propósito, en el «Congreso Internacional de Silvicultura» de París, de 1910, propuso y se aprobó que los gobiernos acordasen la celebración de la Fiesta del Árbol, en sus respectivas naciones, declarándola fiesta nacional. En reconocimiento a su labor, el gobierno francés le impuso la Legión de Honor, entre otros muchos premios y condecoraciones. Participó en la Exposición Universal de París y de Chicago. Como curiosidad hay que decir que era propietario de la finca donde se ubica el Acueducto romano del Puente del Diablo. Lamentablemente el legado de Rafael quedó en el olvido y no hay institución o centro educativo que fomente acto alguno conmemorativo de la Festividad del Árbol en sus jardines. ¡Qué pena!

En la finca que rodeaba su casa de Tarragona, la Quinta de San Rafael, el ingeniero plantó una gran cantidad de especies de árboles y frutales, identificados, con una voluntad claramente pedagógica. Por ello se le considera un precursor de la educación ambiental. En la actualidad, muchos de esos árboles han sido talados para urbanizar la zona o para hacer el parque, como el paseo de árboles castaños que desde Avd . Ramón y Cajal llegaba a la Quinta modernista, salteado de estatuas; otros arboles fueron plantados en sustitución de los originales; y, finalmente, algunos de estos últimos, tuvieron que ser talados recientemente por ser inapropiados para el terreno, como los eucaliptos.

El Parque Rafael Puig i Valls está muy lejos de evocar los valores que su propietario quiso difundir; al contrario, los diferentes árboles no están cuidados ni identificados por su nombre y especie; las raíces crecen sin control; pasear se hace un poco difícil: hay zonas donde se hunde el calzado entre arena y piedrecitas; los asientos de piedra, sin respaldo, no invitan a la lectura, la relajación o al disfrute de la naturaleza; no existen fuentes, solo para los canes. Y ¿qué decir de la zona central, a la que da acceso el portón principal, desde Ramón y Cajal? Un descampado árido y pedregoso, ocasionalmente ocupado por las atracciones de fiestas.

Y lo peor del drama de la Quinta de San Rafael: el edificio, que está prácticamente abandonado y arrasado por dentro, después de varios incendios. Es residencia habitual de ocupas, que entran por las ventanas después de traspasar la frágil valla que rodea la construcción.

Los herederos de Rafael Puig i Valls cedieron el edificio modernista al Ayuntamiento de Tarragona en la década de los años 70. Desde entonces no se ha dado uso ni finalidad alguna al edificio, con el correspondiente abandono en el mantenimiento. Cincuenta años... ¡son muchos años de dejadez!

La Quinta modernista de San Rafael es un edificio de decoración sutil, con dos cúpulas revestidas de cerámica de color, con una bonita crestería y una barandilla muy distinguida hecha con decoración floral que se repite alrededor de toda la casa. La gran cantidad de flores de las rejas, las guirnaldas de las ventanas, la cerámica y el hierro forjado de la barandilla son todos ellos del estilo de la Sezession vienesa. La torre situada al norte está rematada por una cúpula de escamas de cerámica blancas y azules que forman aristas. Y qué decir de la torre octogonal, que recuerda las torres medievales, pero con decoración modernista. Otra de las joyas es el pozo, su brocal de piedra natural tallada y el detalle de la forja que le corona, a base de guirnaldas de hierro, con sus colgantes.

¿Cómo se explica que un edificio de esta belleza, historia y valores se encuentre en un estado de abandono tan lamentable? Año tras año, el edificio va degradándose, sea cual sea el color del Ayuntamiento de turno. Si no interesa el edificio, pues hagan el favor de cederlo a la gestión privada, pero no permitan que se hunda o se degrade aún más. Un gobierno municipal que no cuide sus parques y jardines ni respete su patrimonio demuestra que no quiere a sus ciudadanos ni merece gobernar.

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