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Internet y las redes sociales el impacto negativo en los jóvenes

Un psicólogo social estadounidense alerta de las graves consecuencias que tienen y propone cuatro normas colectivas que no necesitan de leyes para aplicarlas sino de un consenso social

07 abril 2024 19:49 | Actualizado a 08 abril 2024 07:00
Gustau Alegret
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Yo no crecí en un ambiente digital. De hecho, no existía Internet ni telefonía celular en mi niñez o adolescencia, y si bien creo que la tecnología ha traído cosas buenas, que nos ayudan a mejorar nuestra vida, soy de los que está preocupado por el impacto negativo que tienen, particularmente los teléfonos inteligentes.

Y a pesar de ser un defensor de las libertades individuales y de aquello de que el Estado sólo hasta donde el sector privado no llegue, sí considero necesario una regulación restrictiva.

Un interesante artículo publicado hace unos días en la revista The Atlantic –uno de los mejores que he leído sobre el tema– aborda la necesidad de actuar de manera inmediata para «poner fin a la infancia basada en el teléfono».

Su autor, el psicólogo social estadounidense Jonathan David, ofrece datos de cómo la revolución tecnológica de Internet primero y, luego, los teléfonos inteligentes (no los móviles simples) han tenido un impacto dramático en las dos últimas generaciones de las que hoy ha estudiado.

David explica que «Internet, que ahora domina la vida de los jóvenes, llegó en dos oleadas de tecnologías vinculadas. La primero no hizo mucho daño a los Millennials (nacidos entre 1981 y 1996).

La segunda se tragó entera a la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) afectando sus capacidades de aprender, socializar, empatizar, superarse frente a las contradicciones o los reveses que te presenta la vida.

¿Por qué? Porque los teléfonos inteligentes –particularmente las adictas redes sociales– aíslan a los individuos en esas edades fundamentales para la formación de la persona, limitando sus habilidades sociales e intelectuales que derivan –en esa Generación Z– en un incremento de casos «de ansiedad, depresión, autolesiones y trastornos relacionados en niveles más altos que cualquier otra generación de la que tenemos datos», provocando un «deterioro de la salud mental» en niveles que evidencian «que algo está mal».

Jonathan David propone cuatro simples normas que pueden ser decisivas; normas que si bien podrían ser parte de una ley –como están discutiendo algunos parlamentos–, no necesitan de leyes para que se apliquen sino de un consenso social frente a las graves consecuencias que tiene ya esta tecnología en las generaciones que suben.

David reconoce lo que muchos padres dicen hoy y que se puede resumir en aquello de «no puedo quitarle el móvil porque lo aíslo y todos sus amigos tienen», una trampa colectiva, dice David.

Pero una actuación coordinada de familias, escuelas y comunidades sí puede ayudar. Para ello, presenta cuatro normas para revertir la infancia basada en los llamados teléfonos inteligentes.

1. No a los teléfonos inteligentes antes de la escuela secundaria. David no menosprecia la importancia –y tranquilidad para los padres– de que sus hijos estén localizados, pero un teléfono móvil simple cumple con esa función sin el riesgo de la adición que tiene Internet o las redes sociales.

2. No a las redes sociales antes de los 16. «Si la mayoría de los adolescentes», escribe, «no pudieran tener estas cuentas hasta los 16 años, las familias y los adolescentes podrían resistir más fácilmente la presión» de abrir una cuenta en Instagram, por ejemplo. Es una decisión colectiva.

3. Escuelas libres de teléfonos. No habla simplemente de prohibir los teléfonos en las aulas; propone prohibirlos en el centro, facilitando que en los tiempos de pausa entre clases, de patio, de comedor... los adolescentes practiquen la interacción personal y activa.

Y finalmente la 4: Más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real. Y aquí es donde los padres juegan un papel fundamental. David cree que la sobreprotección es un problema porque limita la independencia y la responsabilidad en los niños para que aprendan, decidan y se enfrenten a las contradicciones o los retos por si mismos.

No se trata de eliminar las pantallas de la vida de los menores (bueno, y aquí yo me incluyo), sino de encontrar un equilibrio entre el mundo digital y el mundo real para crear una infancia y adolescencia (y nuestra vida, la de los adultos también) más saludables y equilibradas.

Estas normas pueden promover un desarrollo positivo y mejorar la salud mental de los jóvenes, creando así un futuro más prometedor y lleno de oportunidades.

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