Recuerdo la primera vez que leí la fórmula del Herem que promulgó la comunidad judía de Ámsterdam para expulsar de su seno a Baruch de Spinoza. Era una tarde de invierno, en principio trivial y anodina. Anochecía tras los cristales. Todo estaba en silencio. De repente una voz grave, siniestra, profunda, empezó a resonar en mi cabeza conjugando verbos crueles: excluimos, expulsamos, maldecimos, execramos. Quedé profundamente sobrecogida. Estaba leyendo un libro sobre este filósofo sefardí que representa para muchos una de las revoluciones del pensamiento occidental más importante. El mundo pre-Spinoza, y el mundo post-Spinoza. Maldito sea de día, maldito sea de noche; maldito sea durante el sueño y durante la vigilia. Maldito sea al entrar y al salir. Quiera el Eterno jamás perdonarle. Retumbaba la cólera divina en cada maldición, en cada condena. Como disparos en un fusilamiento. Que su nombre sea borrado de este mundo (...) Sabed que no debéis tener con él comunicación alguna, ni oral ni escrita, ni hacerle ningún favor, ni permanecer con él bajo techo, ni acercársele a menos de cuatro codos, ni leer cosa alguna por él escrita. Noté como se me erizaban los pelos de la nuca. Spinoza, el hombre que vio a Dios en todo, y al Hombre en todo, que no vio fronteras, que nos liberó el pensamiento. Quiera el Eterno jamás perdonarle. Afortunadamente nosotros no somos el Eterno.
Spinoza
25 enero 2025 20:46 |
Actualizado a 26 enero 2025 20:00
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