Tengo un amigo ingeniero que a partir de la segunda cerveza invariablemente comienza a lamentarse por «todo el tiempo y el esfuerzo perdidos estudiando una carrera tan exigente, cuando me podía haber dado por una de esas profesiones donde realmente se gana dinero: electricista, lampista, fontanero...».
Y eso que él no tiene un mal empleo ni un salario que no le permita darse algunos lujos de vez en cuando. Pero me resulta inevitable acordarme de él cada vez que tengo que pedir un presupuesto para una pequeña chapuza en casa, en esas ocasiones en las que también yo me pregunto por qué demonios elegí el periodismo cuando hubiera vivido mucho mejor –no lo duden– siendo fontanero.
Que se lo digan a ese hombre que a principios de noviembre fue detenido en Málaga tras secuestrar a un fontanero debido a que el presupuesto que le había presentado era «un robo», por lo que decidió atrincherarse con él bajo la amenaza de explosionar una bombona de butano y «volar el edificio».
Al parecer, el arrestado avisó a un fontanero debido a que tenía una avería en casa y al decirle el profesional lo que le iba a costar la broma, el hombre reaccionó amenazándole con un arma de fuego, que luego se descubrió que era simulada, y un cuchillo, porque consideró que la factura que le proponía era «un robo».
Sí, desde hace un tiempo enfrentarse a pequeñas averías domésticas –ni se le ocurra llamar a un cerrajero de urgencia en una noche– se ha convertido en un gran dolor de cabeza y en un no menos importante desembolso económico. Ya se lo dice mi amigo a su hijo, que quiere ser informático: «Déjate de pendejadas y estudia para fontanero si de verdad quieres irte pronto de casa para vivir con tu novia».
