Las elecciones europeas no son las más populares del mundo. La ciudadanía se siente alejada de la clase política en general y, especialmente, de estos comicios que suelen registrar cifras de participación muy bajas. Pero nos jugamos mucho. Esta convocatoria no es ajena a nuestras vidas. Las decisiones que tome el nuevo hemiciclo que salga este domingo de las urnas tendrán consecuencias directas sobre los ciudadanos de toda la Unión Europea. Y por lo tanto, sobre nosotros. Hablamos de descarbonización de la industria, de petroquímicas, de transporte, de medio ambiente, de zonas de bajas emisiones, de igualdad, de agricultura, de inmigración o de financiación de proyectos estratégicos.
Recordemos los últimos meses y las intensas protestas de los agricultores. Sus reivindicaciones. La tan desconocida Política Agraria Común (PAC) que tensa un sector en una crisis eterna. Como también ocurre con la pesca. Tenemos un mar que vive navegando, también, entre crisis y crisis. Y la normativa europea marca también las directrices allí, con la propuesta de fomentar la explotación responsable y sostenible. ¿Y la inmigración? Los discursos de nuestros dirigentes políticos se han situado en los extremos, pero es necesaria una política europea de migración eficaz, humanitaria y segura.
Por no hablar de la transición ecológica de la industria o del tan preocupante problema de la movilidad. Europa necesita conexiones de transporte eficientes para impulsar las empresas, el crecimiento y el empleo, para el turismo y el ocio y, en definitiva, para conectar las personas. El transporte pensado de fórmula metropolitana (salvando las distancias) es imprescindible para conseguir la Europa que necesitamos.
Así que, sí. Nos jugamos mucho en Europa y nos jugamos mucho en unas elecciones que tienen al conjunto de la ciudadanía tan agotada que pasarán, seguramente, demasiado desapercibidas.
