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La juventud es un tesoro, no divino, sino humano

18 mayo 2024 22:15 | Actualizado a 19 mayo 2024 07:00
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Se tiende mucho a decir que los jóvenes son imbéciles, que hacen cosas sin sentido de las que luego, al crecer —algunos, los mejores, no todos—, se arrepentirán. De hecho, muchos siguen siendo imbéciles incluso de adultos. En consecuencia, no se debe dar crédito a las palabras y acciones de quienes tienen menos de treinta años (¿Veinte? ¿Veinticinco? No estamos seguros de los parámetros recientes que fijan la entrada en la edad adulta) porque, justamente, no saben lo que hacen. Asimilamos juventud con falta de criterio, de carácter y la condenamos al rincón de lo prescindible. Que pase pronto, como la gripe. Que la juventud es un estorbo. En una de sus últimas entrevistas, la científica y premio Nobel italiana Rita Levi Montalcini explicaba cómo en los seres humanos y en los primates el cerebro nace ya perfectamente formado: el de un recién nacido es igual, salvo por el tamaño, al de un adulto. A partir de ahí, depende de lo que le metas dentro. Las diferentes estadísticas dicen que dos de cada tres personas menores de 34 años todavía viven con sus padres. Las causas son muy detalladas: mala calidad del trabajo, ingresos ínfimos, vivienda inaccesible, pero, y pueden consultarlo, la imbecilidad no figura entre esas causas. Jesucristo a los 33 años no vivía con sus padres: ya había muerto y resucitado, para quienes se lo crean. Eran otros tiempos, y encontrar piso no era tan complicado, pero las potencialidades cerebrales, digámoslo así, se ve que estaban. A los 25 años Orson Welles había dirigido Ciudadano Kane, a los 22 Charles Darwin se dirigía hacia las Galápagos, a los 19 Jean Cocteau ya había publicado. A los 20 Bill Gates co-fundó Microsoft, Jane Austen escribió Orgullo y prejuicio y Mary Shelley, Frankenstein. No sabemos si todos eran imbéciles que superaron su condición natural. Ciertamente, el talento está distribuido de manera desigual entre los humanos. Pero tal vez, entre los adolescentes de hoy en día, haya alguno por ahí. Quién sabe...

Asimilamos juventud con falta de criterio
y de carácter y la condenamos al rincón de lo prescindible
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