El «mamotreto» del Miracle, un monumento a la desmesura y al urbanismo sin sentido, está viendo por fin su demolición. El final de esta obra llega con justicia poética y marca un punto de inflexión en la historia urbanística de Tarragona. En lugar de ofrecer una mejora para la ciudad, ha sido un ejemplo claro de cómo la idea de proyectar un aparcamiento sobre la playa no tenía cabida en la visión de un futuro más respetuoso con el medioambiente.
Era otro tiempo cuando, a principios del siglo XXI, se decidía levantar una enorme estructura de 12.000 toneladas de hormigón en pleno litoral para construir un aparcamiento con una inversión de 6,8 millones de euros. Hoy nos resulta difícil comprenderlo.
Aquel era un periodo marcado por una visión del progreso que privilegiaba la expansión urbana por encima de la conservación de los espacios naturales. Lo que parecía ser un avance en la comodidad se convirtió en una agresión directa a uno de los entornos más preciados de Tarragona.
A esta falta de previsión técnica y ambiental se sumaba la impronta de la época, reflejada en la figura de Jaume Matas, quien inauguró la obra en 2001. Su presencia como líder político de ese momento no hace más que subrayar los valores de una era que hoy parecen desfasados. Un proyecto que, impulsado por una visión de modernidad, acabó siendo más bien una manifestación de lo que ya no debe ser el urbanismo en nuestras costas: la imposición de cemento en lugar de la conservación de la belleza natural.
Afortunadamente, el proyecto de paseo que el alcalde Nadal quiso impulsar en la zona nunca se materializó. De haberse llevado a cabo, hubiera sido otro paso más en la dirección de ocupar la playa con cemento en lugar de devolverle su verdadero valor: el espacio natural y libre para todos. Hoy, los municipios luchan por ganar metros de playa, recuperar el litoral, y reducir las intervenciones de hormigón en estos entornos.
La demolición de este «mamotreto» es una reparación simbólica de una decisión que el tiempo ha demostrado como inoportuna. El hormigón sobre la playa nunca tuvo sentido, y ahora, con su desaparición, Tarragona tiene la oportunidad de recuperar una parte de su identidad. Este es un paso hacia una ciudad que entiende que el futuro no pasa por masificar el litoral, sino por preservarlo.