Situado en el extremo nord-occidental de la comarca del Priorat, el municipio de Margalef conserva una joya histórica. Un molino de aceite, aunque no era el único que había en el municipio, que fue construido en 1933 por Miquel Franch y que permaneció abierto hasta la década de los años cincuenta. El lugar resulta el Centre d’Interpretació de l’Oli i de les Economies Productives de Montsant, un equipamiento del Parc Natural de la Serra de Montsant, que también funciona como punto de información.
Llegar hasta Margalef es descubrir un paisaje de curvas y uno de los miradores más espectaculares del Priorat. El resultado es un entramado de naturaleza y patrimonio, un contraste de colores y de armonía.
Caribay Márquez recibe a los visitantes. Su cometido es guiarles por la historia y la evolución de la comarca del Priorat, a través del aceite, una de las principales economías de los territorios que ilustran el paisaje de Montsant. La visita comienza con un audiovisual. En 10 minutos se hará una idea de las economías productivas del Priorat. Tiempo suficiente para descubrir la importancia del vino y el aceite. La filoxera y un episodio de fuertes heladas en la década de los años cincuenta pusieron en un aprieto a los agricultores. Muchos de ellos abandonaron los cultivos, pero con el tiempo volvieron a resurgir.
El Centre d’Interpretació del Molí de l’Oli de Margalef está abierto al público los sábados (hasta el 10 de octubre) de 9 a 14 horas y de 16.30 a 18.30 horas; y los sábados hasta el 9 de diciembre de 9 a 14 horas y de 15.30 a 17.30 horas. Los domingos, festivos y días laborables de puente, de 9 a 14 horas. El horario es válido hasta el 10 de diciembre de 2017. También se puede contactar con el punto de información a través del mail molidemargalef.dmah@gencat.cat.
Antes de bajar a las entrañas del Molí d’Oli de Margalef, llama la atención la Rentadora de les olives. Un cilindro de grandes dimensiones, que todavía funciona, en el que se introducían las olivas para quitar los restos de tierra y hojas. Vueltas y más vueltas daba el mecanismo, a la vez que las olivas pasaban por agua. «En 1933 este aparato ingenioso fue una muestra de tecnología avanzada para la época», destaca Caribay.
El proceso
Bajará unas escaleras hasta llegar la histórico Molí d’Oli de Margalef. Hasta el molino de fricción llegaban las olivas de la rentadora. Dos piedras cónicas se encargaban de moler el fruto de los olivos hasta conseguir una pasta. Mucha paciencia tenían los payeses de la época. Alrededor de una hora y media duraba el proceso en el molino de fricción. «Se le añadía agua caliente a la pasta, aunque era prensado en frío, para facilitar la liberación del aceite», detalla la guía. Después, con una pala y las manos, los agricultores se las ingeniaban para escampar la pasta por los cofines y armar la prensa. «Lo hacían en una vagoneta que se podía trasladar por el molino mediante un sistema de raíles. Se construía una torre con la pasta de las olivas y los cofines», detalla Caribay.
La principal preocupación era que la torre estuviera lo más recta posible para no desaprovechar ni una gota de aceite. La presión se ejercía de abajo hacia arriba. El aceite se escurría por unos canales hasta las balsas de decantación. El objetivo era eliminar todas las impurezas y el agua, que se iban quedando en el fondo, balsa tras balsa. Bien es sabido que la densidad del aceite es más baja que la del agua, por lo que el aceite flotaba y era más fácil eliminar la suciedad.
Después el aceite limpio se almacenaba en los trulls. Estaban recubiertos de baldosas cerámicas para garantizar la impermeabilidad y la conservación, básica para garantizar la calidad del aceite.
De kilos a litros
Desde entonces la producción de aceite ha cambiado mucho. Ahora lo compramos por litros, envasado y etiquetado. Pero hace más de ochenta años se vendía por kilos. «Primero se pesaba el recipiente y después se añadía el aceite. Todos los payeses estaban contentos con el sistema porque como la densidad del aceite varía según la variedad de la oliva se evitaban problemas», asegura la guía.
El invierno en Margalef era duro. Por esta razón en el molino había en un rincón con una estufa, que además servía de sistema de calefacción. En temporada de olivas, desde principios de noviembre hasta diciembre, en el Molí d’Oli de Margalef se trabajaba de día y de noche. La jornada era muy larga. Razón de más para que el molinero tuviera, dentro de las posibilidades de la época, todo tipo de comodidades. Una reducida estancia hacia a la vez de lugar de descanso, laboratorio y oficina. Los cálculos y la calidad del aceite estaban en sus manos.
En el Molí d’Oli de Margalef se conservan otras piezas de museo, como por ejemplo los bidones que se utilizaban para transportar el aceite hasta los hogares. Allí se vaciaba en tinajas de barro que se conservaban en el rincón más fresco y oscuro de la casa.
Aquí acaba la visita por este museo del aceite. Un recorrido que me ha hecho recordar el olor característico del molino de aceite de mi pueblo cuando en invierno iba camino del colegio. Y como mi abuelo y mi padre almacenaban en grandes tinajas el aceite que se producía en casa. Siempre va bien refrescar la memoria.