No va a venir, como un péndulo, aquella feliz década de los 20 que alguien presagió en los momentos más negros de la pandemia. Ahora aquella ensoñación de una estampida de júbilo postCovid se ha diluido con una inflación del 10,5% en Tarragona y una guerra de Ucrania que todo lo empaña. Pero, frente a eso, sí que el ocio ha resucitado y vive un éxtasis inédito en dos años. «Es normal que exista una reacción. La sociedad ha estado reprimida. La esencia de la persona son las relaciones sociales y eso es lo que ha destruido la pandemia, el vínculo con el otro. Pierre Bourdieu hablaba del capital social y es eso mismo lo que se ha metido en un congelador. Hay una recuperación pero nos va a costar un tiempo», explica Gaspar Maza, antropólogo, profesor agregado del Departament d’Antropologia, Filosofia i Treball Social de la URV. Como siempre, las sensaciones van por barrios, pero discotecas, salas de eventos y celebraciones o restaurantes notan un boom de la actividad y, sobre todo, el impacto de una sensación liberadora.
El adiós a la mascarilla obligatoria ha puesto fin a la última de las restricciones. Ya no hay distancias ni aforos. Despojarse del cubrebocas también ha contribuido a la relajación, pero también un intangible tan volátil y clave como el buen tiempo y la llegada de la primavera. «Parece que las personas se han quitado todos los miedos y eso también influye en el buen ambiente», explica Javier Escribano, gerente de Salting Tarraco, una empresa de eventos y celebraciones especializada en cumpleaños. Aniversarios, viajes –la excepcional y reciente Semana Santa es un ejemplo–, comidas y reencuentros intentan ahora, con la Covid-19 apaciguada, recuperar el tiempo perdido. «No va a ser fácil ni de un día para otro. Asistimos a una reacción espontánea, a un efecto rebote, pero la normalidad tardará en llegar, y si llega. Nada va a ser gratuito porque las relaciones se han enfriado. Aún tenemos miedo al otro, a la otredad. Aunque no nos demos cuenta, hay cambios que se quedarán durante un periodo», asesta Maza.
«Una mejora clara»
Todo eso se irá venciendo poco a poco, pero la actual sensación es de botella de champán descorchada y, sobre todo, de que va a ser así permanentemente. «Hemos estado dos años subiendo y bajando, cuando nos empezaba a ir bien de pronto había que volver atrás, ahora confiamos en que esto siga así ya para siempre», indica Escribano. A veces el auge no es tan perceptible ni súbito pero los inputs son buenos. «Va subiendo, quizás no estamos aún en los momentos prepandemia pero sí que hay una mejora clara, vamos recuperándonos poco a poco», indica Carlos Badia, propietario de La Pepita, en la Plaça Verdaguer de Tarragona. La alegría y las ganas están, a pesar de que el contexto no sea el ideal. «Es compatible un aumento del ocio como respuesta a las restricciones con esta situación de amenaza que vivimos, de una guerra, de precios muy altos, y también convive con el hecho de que esa lejanía con el otro se quede un tiempo y tarde más en marcharse», desglosa Maza. Todo ello se conjuga, además, con una cierta invocación al ‘carpe diem’, con una intención clara de vivir el día a día, de disfrutar el presente.
«No paramos, hacemos una media de 50 cumpleaños, que es nuestra principal vía de negocio, cada fin de semana. Pasan entre 500 y 600 niños», indica Javier Escribano, gerente de Salting Tarraco, un complejo para niños, con camas elásticas, canastas o piscinas de bolas; en definitiva, un templo de la diversión que ha vivido en estos dos años sus horas más oscuras. «La gente tiene muchas ganas de hacer cosas, hay ganas de juntarse. Muchos niños llevan dos años sin celebrar su cumpleaños. El que había nacido en verano sí, pero si alguien era de la primavera, no había podido hacer nada. Los niños lo han pasado muy mal en este tiempo», dice Escribano, habituado a días frenéticos, un contraste con esa pesadilla reciente: «En diciembre, enero y febrero, con toda la ola y las cuarentenas, fue muy mal. Tenías 20 niños de un cumpleaños y el día antes habían puesto la clase en cuarentena... y así dos años». Ahora es distinto: «La gente se ha acabado de quitar el miedo, por primera vez vamos a poder trabajar una temporada larga. Hay mucha celebración que no se ha hecho, muchas reuniones pendientes y que se quieren recuperar, eso de verse con los amigos. Es el mejor momento de los últimos dos años y estamos ya en cifras de 2019».
Lo más emocionante son las palabras del cliente reencontrado bajo las luces de la pista. «Las primeras sesiones han sido muy chulas, muy emotivas. La gente nos da las gracias por haber aguantado, por abrir, y hemos visto que ha valido la pena tanta lucha, tanta insistencia. Creo que la gente se ha dado cuenta de la importancia del sector», explica Christian Compte, tantas veces la voz de la denuncia persistente del gremio durante la Covid-19. En su discoteca Totem ha percibido toda esa desinhibición. Bailes en el podio, chavales en la barra o pidiéndole una canción al dj, estampas todas ellas que fueron ciencia ficción durante tanto tiempo. «Primero empezaron a salir los más jóvenes, con muchas ganas, a tope, como no habían salido antes, y ahora estamos viendo a los de 30 o más de 40, que han tardado un poco más en perder el miedo, aunque haberse quitado la mascarilla ha sido ya liberador y les ha hecho perder el miedo a aglomeraciones», dice Comte, que describe «unas primeras semanas espectaculares en el sentimiento, es una barbaridad lo que se ha vivido»: «En el ambiente flotaba una diversión, un buen rollo, que no tenía nada que ver con el de otros días».
«Han sido dos años intentando sobrevivir», dice Sixto Duque, que en 2020 a estas alturas se conformaba con las clases on line de danza. «Era lo único que podíamos hacer, con cuatro o cinco alumnos. Luego nos dejaron abrir la escuela, pero solo eran seis personas por las restricciones de aforo. Nos ha costado mucho...», explica ahora, un momento luminoso en el que la agenda se empieza a llenar: las noches en el Casino, las sesiones en salas de Vila-seca y Reus o los entrenamientos para quien se quiera iniciar. «Aún hay gente que no se ha reenganchado pero nos estamos recuperando», dice Sixto, que vio cómo el virus arramblaba con una profesión que vive de la socialización. Es profesor de salsa y bachata y animador de fiestas y discotecas. «Hay muchas ganas de noche, gente que está montando fiestas y cenas, personas que estaban deseando reencontrarse en un vermut, ganas de relacionarse. Desde hace un mes hemos vuelto a recuperarnos y está funcionando todo». La Escuela SalSixto vuelve con su esplendor y deja atrás el mal trago: «De golpe llegó el bicho y nos arrancó un trozo de nosotros. A mí me encanta ver de nuevo a la gente, saludarles y hasta abrazarlos. Es muy bonito cuando me hacen saber que me echaban de menos».
«La Semana Santa ha ido muy bien, hay días más tranquilos, pero hemos notado repuntes en según qué fechas puntuales», cuenta Matías Salas, responsable de Casa Matías, en la Plaça de les Corts Catalanes. Desayunos, cañas de media mañana, tapas, menús o cenas fluyen a niveles que no se veían en bastante tiempo, pero fundamentalmente lo que ha variado es el espíritu. «Hay más movimiento. La gente tiene muchas ganas de salir, de animarse, de dejar atrás la pandemia, sin hablar de ella», relata Matías, que mantiene la cautela porque es consciente de que la situación es aún frágil. «No hay que bajar la guardia, porque el virus todavía no se ha ido, y notamos que la gente intenta contenerse un poco a la hora de gastar por la situación económica pero hay muchas ganas de recuperar la actividad social, de empezar una vida nueva, pero que se parezca un poco a lo que teníamos antes. En eso también influye la meteorología. Tarragona es un poco una ciudad caracol, cuando sale el sol, la gente va a la calle, pero si no se quedan en casa, y por eso es importante que el clima acompañe», reconoce Matías, que en estos tiempos de tregua pandémica destaca «un ímpetu por vivir el presente».