Pollo, conejo, cerdo, ternera, cordero, avestruz por un tiempo e incluso pioneros con la famosa Angus que todo el mundo conoce. En Casa Borrull llevan más de un siglo elaborando productos de calidad y adaptándose a las nuevas «tendencias».
Si algo sobresale del mostrador de la carnicería reusense son sus longanizas y butifarras en sus múltiples variedades: «con ajos tiernos, setas, escalivada, espárragos, huevo, chuches, cebolla, arroz, fruta...», según describe Carles Borrull, uno de sus propietarios. Y, por supuesto, los productos de toda la vida: las butifarras con y sin pimienta. Son la estrella de «la casa» y ya se hacían cuando Casa Borrull era tan solo una tienda de pueblo.
Mucho antes de los servicios de catering y a domicilio que hoy ofrecen, la historia empezó con Clara y Ramona Toldrà, abuelas de los actuales propietarios. La primera abrió una tocinería en Ulldemolins que, «quizá porque era cocinera o quizá porque seleccionaba las mejores carnes», como apunta su nieto, fue un gran éxito. La segunda había traspasado una carnicería en Reus, a la que poco a poco se acabaron trayendo butifarras y longanizas desde el Priorat, hasta que sobre los años 50 se convirtió en un negocio familiar en el que cabían todos: padres, hermanos, hijos y primos.
Borrull recuerda cómo tras la suma de establecimientos en el Mercat Central, el barrio Fortuny, el Mercat del Carrilet y la calle de l’Alcalde Joan Bertran, entró en acción la tercera generación de «Los Borrull»: Quim y Carles Borrull. Después, se jubilaron sus padres y, como lamenta el carnicero, «volvimos a escasear en personal y nos quedamos solo con la tienda del Raval y dos paradas en el Mercat Central», que se redujeron a una con la crisis económica.
Cuenta que el día a día en el mercado es muy distinto porque, aunque comparten clientela, esta se comporta de forma diferente. «En el mercado, al ser más amplio, hay más gente, se tiene más confianza y se grita más», señala.
Eso sí, Carles Borrull aprovecha para asegurar que en ambos sitios -el mercado y el Raval Martí Folguera- «tienen una clientela fiel de hace muchos años, a los que queremos mucho, y nos gusta pensar que ellos también nos quieren porque van cada semana a comprar». Es más, añade que «tenemos clientes de cinco generaciones, algo muy bonito que no todos pueden decir».
En Casa Borrull se sigue trabajando la carne como antaño, los productos se elaboran artesanalmente. «Si tuviéramos máquinas, iríamos más rápido», evidencia el propietario, «pero preferimos hacerlo así» porque valoran su forma de trabajar como un sello que les permite mantener a tantos clientes. «Nuestro producto no es económico porque no lleva conservantes, colorantes ni aditivos, y se tiene que elaborar diariamente», presume Borrull.
De hecho, lamenta cuestiones como la calidad de los productos, que ha cambiado mucho con los años, así como los gustos y hábitos del consumidor. Sin embargo, describe cómo se han esforzado para «trabajar siempre sin gluten, casi siempre sin lactosa y hacer el proceso de estar al día».
Casa Borrull tiene hamburguesas veganas -con soja, quinoa y verduras- y canelones veganos -sobre todo de espinacas-, pues buscan proporcionar un servicio apto para todos y facilitar, especialmente a la gente mayor, el menú para toda la familia. «Nos costó aprenderlo, pero apostamos por ello», afirma. Además, Carles Borrull explica que les gusta participar de la vida de la gente: «es arriesgado porque no les das el producto acabado, pero si la materia prima es buena, hay un 70% de posibilidades de que salga bien».
Gracias a estas «garantías» por parte de sus clientes, a los propietarios actuales no les preocupa en exceso el relevo generacional. Incluso, se plantean que sus trabajadores perpetúen lo que nació como un negocio familiar.
Sí pesan más, como se queja Borrull, los recibos de la luz, porque no solo «están a expensas del dinero de la gente que compra», también sufren por las cámaras frigoríficas, que funcionan continuamente, y las luces interiores de la tienda. «La crisis energética nos está arruinando», concluye.