Este mismo medio el pasado 10 de marzo publicaba una Editorial titulada Violaciones cometidas por menores. Era muy oportuna por el caso de la niña de 11 años que habría sufrido una agresión sexual a manos de un grupo de menores –tres de ellos, inimputables por tener menos de 14 años– en un centro comercial de Badalona.
Instaba a una profunda reflexión. E indicaba con buen criterio que los expertos apuntan a una banalización de la sexualidad debido al acceso cada vez más temprano a la pornografía a través de los móviles. Quiero profundizar algo más sobre este tema. Sé que es escabroso.
Pero como ciudadano, abuelo y educador me siento obligado a tratarlo. Tengo la impresión de que la sociedad en su conjunto no es consciente de su problemática, y si es consciente, no quiere hablar de ella. Quizá se deba a que la sociedad española, como reminiscencia de otras épocas pasadas, se muestra reacia a hablar con naturalidad sobre el tema de la educación sexual, cada vez más necesaria y que debe ser impartida por expertos en el tema. Pero, lo que es claro, que un problema no se soluciona negando su existencia. Su negación lo agrava y lo pudre, porque no se busca una solución.
Desde edades tempranas, los niños y adolescentes tienen total disposición a la tecnología: adquieren pronto su primer smartphone, tablet u ordenador, tanto para fines educativos como de entretenimiento. Pese a que existen controles como el control parental para restringir su acceso a determinadas webs o el tiempo que navegan, es imposible rastrear o conocer al 100% cuáles son sus usos y hábitos reales de sus hijos.
En la página web de RTVE de 10 del 6 de 2019 apareció la siguiente noticia. «El primer acceso a contenidos pornográficos de los jóvenes españoles en Internet se anticipa ya a la etapa infantil, con edades tan tempranas como los ocho años.
No hay que olvidar el llamado motor de la Triple A, asociado al sexo en Internet: accesibilidad, anonimato y asequibilidad». Últimamente se añade otra A más, «aceptabilidad». Así lo demuestra la investigación titulada ‘Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales’, de abril de 2019, accesible en la Red y presentada por la Universitat de les Illes Balears y la Red Jóvenes e Inclusión en Madrid.
Este estudio, coordinado por el pedagogo Lluís Ballester y la catedrática Carmen Orte, del Grupo GIFES de la UIB, recoge entrevistas a casi 2.500 jóvenes de entre 16 y 29 años, en su mayoría heterosexuales (76,7%) de siete comunidades y trata de contrastar por primera vez las hipótesis sobre juventud y pornografía publicadas en los últimos diez años.
Los resultados del estudio constatan que la edad media de inicio en el consumo de pornografía son los 14 años entre los adolescentes hombres, los 16 en el caso de las mujeres y los 15 para otras identidades.
Sin embargo, al menos uno de cada cuatro varones se ha iniciado antes de los 13 y la edad más temprana se anticipa ya a los 8 años. Carmen Orte explicó que se debe «simplemente» a que «los menores tienen un móvil, en el que, aunque no busquen la pornografía, se la encuentran».
El estudio pone el foco en la ‘nueva pornografía’, caracterizada por una fácil accesibilidad a través de Internet, un precio asequible (gratuita en su mayoría), la ausencia de límites en cuanto a las prácticas sexuales, en ocasiones incluso ilegales, y por su naturaleza anónima.
El pedagogo Lluís Ballester explicó durante la presentación que, en ocasiones, los vídeos de este tipo de pornografía albergan prácticas como «sexo sin preservativo o presencia de violencia abierta con estrangulamientos o fuertes golpes». Ballester consideró que esto «normaliza dichas prácticas en los jóvenes y les incita a pedírselas a su pareja o a acudir a la prostitución para realizarlas.
El consumo de este tipo de pornografía, no ha dejado de aumentar en los últimos años».
Sobre los posibles efectos nocivos de tal consumo de la pornografía en los adolescentes, son muy interesantes las reflexiones extraídas del libro espléndido de Luis Arenas, profesor de la Universidad de Valencia, Capitalismo cansado. Tensiones (Eco) políticas del desorden global.
Es inquietante ese uso del erotismo en red cara a la futura socialización sexual, a la que se han de enfrentar las generaciones más jóvenes, esos Pulgarcitos o Pulgarcitas, que ha dibujado Michel Serres en su elogio de las generaciones digitales.
Su aprendizaje sexual corre el riego de producirse a través de una descarnada y salvaje inserción sin mediaciones, que les enfrente a un espectáculo difícil de gestionar mediante unas estructuras afectivas todavía en formación; que no les permita distanciarse de lo que en un adulto cabe al menos suponer: la capacidad de diferenciar la ficción de la realidad; el mundo de la imaginación perversa del terreno de lo real.
Tenemos que preguntarnos de qué manera el acceso generalizado a la pornografía va a configurar las expectativas y las actitudes con respecto al sexo en nuestras sociedades futuras, especialmente entre los más jóvenes, los adolescentes.
Un estudio de la Universidad de Middlesex señalaba el alto porcentaje de jóvenes varones que creen tener derecho a sexo en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier modo y con cualquiera que lo deseen: es decir, creen tener derecho al sexo bajo el formato exacto en que se lo ofrece la pornografía digital.
Los médicos y psicólogos nos avisan que ya llegan a sus consultas casos de graves trastornos de control sexual por causa de la pornografía en Internet en niños de apenas doce años. En Japón, que es el segundo país consumidor de pornografía en el mundo tras los Estados Unidos, más de un tercio de los varones entre 16 y 19 años según las cifras del propio gobierno no están interesados en el sexo o manifiestan claramente su aversión hacia él.
Es la que se conoce como la generación de los ‘hombres herbívoros’ (soushokukei-danshi), así llamados porque apenas están interesados ‘en la carne’. Difícilmente podríamos encontrar mejor prueba de la advertencia que hacía Baudrillard: la de «una realidad difunta de sexo» acribillada precisamente por el espectro digital del deseo.
Pero los adolescentes no solo se limitan a consumir pornografía. De hecho, con los dispositivos portátiles, no solo por supuesto los adolescentes, no pocos acaban por convertirse en improvisados productores de imágenes sexuales.
Fenómenos como el sexting, el intercambio privado de textos, imágenes y vídeos de contenido sexual por medio de los teléfonos móviles proliferan cada vez más. Ya se conocen auténticas fechorías sexuales grabadas para ser divulgadas con auténtico fervor entre los amigos. Ha ocurrido en la violación de Badalona.
Cabe esperar, sería lo deseable, que los padres, los educadores, los políticos, los medios y la sociedad en su conjunto fueran conscientes del consumo de la pornografía online entre los adolescentes, y también entre niños. Nos jugamos mucho para el futuro de nuestra sociedad.