Como recordará el lector, Polonia estuvo en el comienzo de la II Guerra Mundial. Adolf Hitler se había vuelto imparable, después de anexionarse Austria y Checoslovaquia. Como él ya había asegurado en Mein Kampf, la Gran Alemania necesitaba su lebensraum, su espacio para sobrevivir: espacio que comenzaba hacia el Este de su territorio, en Polonia. Para ello, las SS inventaron un incidente en la frontera polaca y Hitler declaró la guerra, aplastando al valeroso pero débil ejército polaco en pocos días. Cosas de la Historia: si en aquel momento Francia, que declaró la guerra a Alemania, hubiera lanzado sus divisiones a través de la línea Maginot, hubiera vencido la resistencia alemana, volcada en Polonia, y la guerra habría sido de otro signo.
Ahora, diciembre de 2021, Polonia vuelve a estar en los titulares de la prensa internacional. Por dos motivos: el primero, por su tozudez –típica polaca– para no acatar lo que ese país firmó al entrar en la Unión Europea, es decir, el sometimiento de su soberanía a la superior de la Comunidad. En Polonia viene «reinando», que no gobernando, con la dirección del primer ministro Mateus Marowiecki, el partido Ley y Justicia. Esta coalición populista de derechas se ha caracterizado por su odio al colectivo LGTBI, al que considera contrario a los valores y a la identidad nacional polaca. Por ello Marowiecki y su gobierno se han enfrentado a la Unión señalando que el artículo 1 del Tratado europeo contradice a la Constitución polaca, y no tienen por qué obedecer los mandatos de Bruselas. La pregunta es obvia: ¿por qué entró Polonia en la Unión Europea y firmó su Tratado marco, o es que no lo leyeron?... Según el Tratado la soberanía de los países miembros puede verse afectada en la medida que vayan señalando las normas aprobadas por el Parlamento Europeo y el mismo Tratado inicial.
Pero la cosa no queda ahí. Está el orgullo nacional polaco: su identidad, sus valores, como dice su primer ministro. Resulta que Bielorrusia ha admitido miles de emigrantes en su frontera con Polonia, que ha movilizado hasta su ejército para detenerles. Detrás de Lukashenko, dictador bielorruso, no cabe duda de que está el neozar Putin, empeñado en deteriorar cuanto pueda a todos las instituciones europeas. Debilitar a la Unión Europea es una de las constantes del ex espía de la KGB y director en su día del Servicio Federal de Seguridad. Desde marzo de 2002, en que ganó las elecciones con el 52% de los votos, Putin ha decidido ser un incordio en sus relaciones con Europa. Y los polacos, siempre amenazados al Este y al Oeste, católicos a machamartillo, están poniendo su caso en la frontera bielorrusa a un nivel peligroso. Se mueven los tanques rusos, la OTAN hace maniobras en el mar Báltico…
Lo último es que Santiago Abascal haya viajado estos días a Varsovia para apoyar al gobierno. Que la Virgen Negra les ampare.