El domingo me acosté tarde. Tarde y al borde de la taquicardia. La culpa fue de dos tenistas que me obligaron a mantener la atención fija en la pantalla del televisor por el gran espectáculo que estaban ofreciendo. Jugaban la final del torneo de Indian Wells, en el centro de California. Una era la bielorrusa Victoria Azarenka, la favorita; la otra, la gerundense Paula Badosa, la joven aspirante. El partido fue de esos que los comentaristas deportivos acostumbran a definir como «inenarrables». Al final ganó la española, que recogió el pesado trofeo con Azarenka al fondo, con su sonrisa perenne en la cara y alegrándose por el éxito de la que hasta hacía unos minutos había sido su rival durante más de tres horas. Sí, el duelo fue un espectáculo, pero lo fueron más las declaraciones de la campeona, una joven que sabe lo que es caer en el pozo de la depresión y, lo más importante, salir de él. Su rueda de prensa fue una lección para las niñas que empiezan –y para todos, en general–: «Nunca dejéis que nadie os diga que no podéis lograr algo. Y si es así, demostradle lo contrario. Nunca dejéis de soñar, ningún sueño es demasiado grande». Mereció la pena trasnochar. Por el partido, pero, sobre todo, por ver a una mujer que no se rinde alcanzar su sueño, que, como vimos, no era demasiado grande para ella.
«Ningún sueño es demasiado grande»
19 octubre 2021 15:50 |
Actualizado a 19 octubre 2021 15:56
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