Uno querría pensar que la sociedad evoluciona y que, por lo tanto, las generaciones jóvenes deberían crecer más solidarias, más empáticas, más libres de prejuicios, más igualitarias. Pero a veces la realidad se empeña en evidenciar que esto no siempre es así, que hay ocasiones en que la pretendida evolución se trastoca en involución.
Pensaba en esto a raíz de esa encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat que asegura que la mayoría –un 54%– de los hombres catalanes de entre 16 y 24 años considera que el movimiento feminista ha ido «demasiado lejos» en sus reivindicaciones, una idea que comparte solo el 29% de las hombres mayores de 64 años.
Me cuesta entender que haya ese porcentaje tan elevado de chavales que piensen que exigir igualdad –que es al fin y al cabo lo que persigue el feminismo– sea ir «demasiado lejos». Quizá sea porque ya se encuentran bien con unos privilegios que no tienen razón alguna de ser.
Quizá vean normal que un hombre cobre un 23% que una mujer en el desempeño del mismo trabajo; o quizá les parezca lógico que las tareas del hogar y del cuidado de los hijos recaigan de manera abrumadoramente mayoritaria sobre ellas; o que sean ellas también las que hayan de renunciar a sus carreras por el hecho de convertirse en madres; quizá incluso piensen que es natural que sientan miedo cuando caminan solas de noche por la ciudad o que hayan de recibir improperios y frases soeces cuando van a tomar algo a un bar o a bailar a una discoteca.
Sí, posiblemente el 54% de los jóvenes se sienten superiores por el mero hecho de haber nacido hombres. Ay, qué triste que alguien considere que pedir la igualdad sea ir «demasiado lejos». Sí, aún hay demasiados motivos para celebrar y reivindicar el 8-M.