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16 octubre 2024 20:30 | Actualizado a 17 octubre 2024 07:00
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Estoy preparando la maleta porque, porfinnnnnn (no es un error del teclado), me voy de vacaciones unos días a mi casa, a mi huerto, a mi chimenea, a mis quesos, a mis vinos, a mis jerseis agujereados, a mis botas de lluvia, a mis rincones, a mi Sena y a mis tejados de zinc. Me voy a Francia. A París y a Normandía. Regreso a la lengua más maravillosa del universo. Regreso al esfuerzo que me supone no defraudarla, encontrar esa expresión precisa que suele ser como el sonido de una copa de champagne en una brasserie. Estoy como un crío la noche de Reyes. Por supuesto, el jamón ocupa un buen lugar (mi familia es muy francesa pero no tonta) pero entre paletilla y paletilla voy pensando qué llevar. Libros, porque viajo en tren y son seis horas de ver pasar el Mediterráneo y los Alpes a lo lejos, y la meseta central. Sólo soy capaz de llevarme diarios. Viginia Woolf, Franz Kafka, Milena Busquets, Mircea Eliade. El problema con los dietarios es que suelen ser voluminosos y pesados y ya no estoy para maletas imponentes, que el viaje ligero es una necesidad fisiológica. Elijo el de Jules Renard. Hace años que viaja conmigo. A modo de I Ching, lo abro al azar y casi siempre (en realidad siempre) mis ojos se posan sobre el día adecuado. Como un horóscopo que siempre te dice lo que quieres leer. Me pregunto si será porque todos vivimos existencias muy parecidas.

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