Insomnio

Cuando alguien me pide que me tome una infusión o melatonina me entran ganas de invadir Polonia. Solo a quien no lo padece se le puede ocurrir que una infusión puede atemperar el diablo de la noche. ¿Qué es el insomnio? Es temer despertarse durante la noche creyendo que ya es el alba para comprobar que no han pasado más de dos horas desde que viste el reloj por última vez. Es saber que te queda toda la noche por delante. Es ensayar con la magia inútil de la respiración, de la meditación, de las ondas hertzianas y de las terapias de hipnotismo absurdas. Es apretar los párpados y ver estrellas, es dar vueltas sobre ti mismo enredándote en las sábanas. Es el horror de no dejar de ser nunca, de estar alerta a todo, de pensar más de noche que de día. Es recordar lo que quieres olvidar. Es pasar listas interminables de todo aquello que no has conseguido. Es imaginar la muerte. Quizás sea eso el insomnio. Agarrarse a la vida con las uñas, con los dientes, en no querer precipitarse en la nada, en el vacío. Porque, protegida por la oscuridad, siempre es ella la que te visita. A veces solo para charlar un rato, otras para asustarte, otras, quizás las más numerosas, porque no tiene con quién hablar, ni con quién compartir esa soledad eterna y helada. El insomnio es negarle tu compañía. Y me pregunto si no será más práctico aceptarla de una vez por todas y dormir. Dormir de un tirón cada noche.