No he podido pasar por alto la recomendación que el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, hizo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, mientras ambos se enzarzaban en la enésima trifulca, en esta ocasión a cuenta de la ley trans: «Deje ya de molestar a la gente de bien». Y la pregunta es inevitable: ¿A quién se refiere Feijóo cuando habla de «gente de bien»? O, más aún: ¿A quién excluye Feijóo de ese grupo al que él denomina «gente de bien»? ¿Quizá –intuyo, por el contexto–, a los homosexuales o a las personas que no se sienten a gusto dentro de su cuerpo?
Si es así, me considero en la obligación de decirle que tengo el placer de conocer a una familia cuya hija, que nació niña y como tal creció los primeros años de su vida, lo que le generó grandes sufrimientos y numerosas visitas –por parte de toda la familia– a psicólogos y psiquiatras, es hoy un veinteañero razonablemente feliz que tiene un buen trabajo, una pareja estable... y que es, créame, señor Feijóo, una buena persona.
Como lo son sus padres. Me provocan temor y desasosiego quienes se creen con el derecho de otorgar carnets de «gente de bien» exclusivamente a los que ven el mundo como ellos lo ven, lo cual, además, les impide disfrutar de la riqueza que ofrece la diversidad. Sí, dan miedo. Porque esas frases que sueltan como un automatismo dicen mucho de quien las pronuncia, de sus prejuicios... de su supuesta superioridad moral para juzgar y establecer la línea que separa la «gente de bien» del resto de los mortales.