Ayer se cumplieron dos años desde que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretó el confinamiento domiciliario, cuando las calles se quedaron vacías y solo salían de sus casas quienes iban a desarrollar trabajos esenciales, hacer la compra o pasear al perro. Eran aquellos días en que nos asomábamos a los balcones a las ocho de la tarde para aplaudir a los sanitarios; eran aquellos días en que descubrimos la importancia de empleos que hasta entonces habíamos poco menos que despreciado; eran aquellos días terribles en que las personas –sobre todo, las mayores– morían a cientos en residencias y hospitales –si les derivaban–; eran aquellos días en que todos nos conjurábamos convencidos de que de esa experiencia saldríamos más solidarios, tomaríamos conciencia de lo realmente importante y, en definitiva, haríamos del mundo un lugar mejor. Dos años después, me temo que la realidad no es tan halagüeña: aquellos aplausos a los sanitarios se han transformado en silencio, en el mejor de los casos, y, en el peor, en agresiones, que con la vuelta a la presencialidad en las consultas se han triplicado en Tarragona; los entonces trabajadores esenciales continúan tan en precario –o más, por aquello de la crisis– que antes de ‘descubrir’ su enorme importancia; y hemos construido un mundo tan ideal que no podemos con él y nos hemos inventado una guerra para destruirlo. Así somos. No, me temo que de aquellos días del confinamiento no salimos mucho mejores.
Aquellos días
15 marzo 2022 06:20 |
Actualizado a 15 marzo 2022 06:26
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