Hace unos años la elevada inversión en obra pública, la burbuja inmobiliaria y los proyectos industriales, mantenían a las empresas constructoras en plana actividad. Ya entonces, artículos alertaban de que ese crecimiento no era sostenible, pero ni los más pesimistas pronosticaron la crisis que nos ha sacudido. Se construyeron infraestructuras, aeropuertos, plantas de generación eléctrica y grandiosos proyectos inmobiliarios, algunos de los cuales han quedado como monumentos para no olvidar.
El crack llegó como un tsunami arrasando al sector y a todas sus actividades auxiliares. Un sinnúmero de pequeñas relacionadas directamente con el ladrillo, cayeron con el primer impacto de la ola. Otras, medianas, no aguantaron el apalancamiento con la bajada de facturación, e incluso muchas de las que resistieron, no superaron la larga travesía de una crisis que, a diferencia de las anteriores, no parecía tener fin.
En esas circunstancias, expertos y escuelas de negocios se afanaron en plantear soluciones, la palabra más repetida era «internacionalización». En cualquier caso, no se veían muchas alternativas, pero no era fácil, requería nuevos entornos jurídicos y sociales, en definitiva, inversión y riesgo. Las grandes constructoras e ingenierías contaban con mayor potencial y se movían en un entorno de proyectos con el apoyo de los gobiernos. En el Encuentro Empresarial sobre el Plan Estratégico de Internacionalización y Mercados Prioritarios 2014-2015, el propio Rey pidió a las multinacionales que les mostraran el camino llevando a las pymes de la mano.
En los últimos años estamos viendo en España mayor actividad en la construcción, aunque lejos de los años anteriores a la crisis. Se ha reducido el pastel y las condiciones del sector son mucho más agresivas provocando que las grandes compañías acudan a licitaciones que antes dejaban a otras de menor tamaño.
Las constructoras se enfrentan a varios retos: digitalización, innovación, calidad, seguridad en el trabajo o respeto al medioambiente; una adaptación constante que obliga a contar con profesionales preparados muchos de los cuales emigraron o cambiaron de sector. Solo podrá conseguirse apostando por la formación permanente del equipo. La mejora continua no es una opción, sino la única manera de mantener las empresas en los niveles de competitividad que exige la sociedad.