Tarragona camina hacia la normalidad con el adiós de las mascarillas. Desde este miércoles su uso en interiores dejó de ser obligatorio, con la excepción del transporte público, farmacias, hospitales y centros residenciales tras dos años en los que taparse la cara en espacios cerrados se ha convertido en un propósito fundamental para frenar el avance del coronavirus, la pandemia que ha modificado la rutina y la psicología de toda la sociedad mundial.
Esta medida, aprobada el martes en Consejo de Ministros, supone un paso simbólico y definitivo hacia el fin de la pandemia, aunque desde Sanidad recomiendan que la población vulnerable continúe usando mascarilla de forma generalizada para minimizar el riesgo de contagio.
Más allá de una cuestión de salud, liberar la cara se plantea como un verdadero reto para muchos, en especial para los niños y adolescentes que han socializado con ella puesta durante su etapa de desarrollo físico.
Existe también, a nivel general, una mayor preocupación estética, una vez el rostro va a quedar totalmente expuesto. Se ha etiquetado esa circunstancia, por ejemplo, como síndrome de la cara vacía. No en vano, la mascarilla no solo servía para protegerse del virus, también para ocultar ciertas inseguridades.
«Te pongo un caso que lo ejemplifica. Tengo una clienta que, por trabajo, debe exponerse en público y sufre mucho de ponerse roja. Me comentaba que con la mascarilla le era mucho más sencillo hacerlo porque la ayudaba mucho. Ahora todo cambia», confirma la psicóloga Míriam Recio.
La mascarilla ha funcionado como conducta evasiva a ciertos miedos, un hecho que tiene relación con la autoestima. Aceptarse y quererse. «También me he encontrado a clientes y clientas que no querían quitársela, para poder pintarse los labios, por ejemplo», refleja Recio.
Otro de los efectos psicológicos que ha producido el hábito de las mascarillas tiene que ver con la imagen que se ha creado con respecto a las personas que se han conocido con ella puesta. «A mí me ha pasado en la consulta. Había imaginado a una clienta de una manera y cuando vino sin la mascarilla me llevé ese impacto, porque era totalmente diferente a lo que yo me había figurado. Creas una idea que no se acerca a la realidad», añade la psicóloga.
Las redes sociales
El uso de los dispositivos móviles se ha transformado en un salvoconducto para los jóvenes a la hora de relacionarse durante el confinamiento, aunque la falta de diálogo en persona por el uso de las redes sociales ha fomentado, en parte, el miedo a charlar sin mascarilla. En todo caso, con la nueva normativa, la relación cara a cara va a resultar más eficaz al ver el rostro de la otra persona sin barreras que puedan ocultar sus gestos o su comunicación no verbal. La mascarilla provocó cierta barrera al respecto.
Su eliminación ha desatado cierta preocupación por la estética visual, sobre todo en la zona de cara oculta hasta el momento. Los dentistas han observado más atención entre los clientes, que ya han demandado sus peticiones. «Nos piden blanqueamientos y el arreglo de los dientes en zonas más visibles», recalca la dentista Mirjana Geroska, que añade que «los labios es otra zona que despierta inquietud en la gente». A pesar de esa tendencia, la dentista confiesa que «de momento no podemos cuantificar un aumento más o menos exacto de esa demanda porque la vida sin las mascarillas se acaba de producir».
Durante este período de readaptación a la realidad sin máscara se produce un efecto contrario que tiene que ver con las personas que decidan mantenerla, por precaución o por miedo. El posible rechazo social o el qué dirán puede generar ansiedad y un conflicto que se encuentra encima de la mesa. Cada individuo tiene sus circunstancias. Puede haber personas vulnerables o que conviven con alguien que lo sea. O simplemente puede que alguien sienta que aún no ha llegado el momento de quitarse la mascarilla en interiores. En este sentido, nos hallamos en un instante en el que las dos opciones, llevar o no llevar, se arropan en la legalidad. El respeto forma parte del proceso.
Como en cualquier circunstancia vital, toda novedad o, como en este caso, regreso a la normadalidad después de 700 días de mascarillas, precisa de un tránsito de asentamiento y este acaba de empezar, con todos los efectos psicológicos naturales y su impacto inicial.