«Miramos el mundo una vez, durante la infancia. El resto es memoria»... Mariona Genís coge prestado el poema de la la premio Nobel de literatura norteamericana, Louise Glück, para explicar el papel crucial que tiene en los niños el espacio que los rodea.
Genís es doctora en arquitectura y profesora de la Escola d’Arquitectura de Reus (URV) y de diseño en Bau Centre Universitari de Disseny de Barcelona. Fue una de las coordinadoras de la guía que editó la Generalitat hace unos meses para fijar los criterios de construcción y transformación de espacios educativos. Estuvo recientemente en Tarragona, invitada por el IMET, para inaugurar el curso escolar.
Lo primero que hay que derribar, explica, es la idea de espacios fragmentados que tiene la ciudad moderna «donde el aula de la escuela es el sitio donde se aprende, el patio donde se juega, el parque donde se tiene contacto con la naturaleza...». Cuando en realidad los niños no esperan a llegar a la escuela para aprender, al contrario, lo hacen todo el tiempo.
Con esta idea en mente propone un viaje de casa a la escuela. Recuerda que distintos estudios han demostrado cómo afecta la contaminación o la exposición a la luz natural al desarrollo de los niños. Lo mismo, asegura, sucede con la arquitectura. «Para empezar, ya sería bastante que la ciudad no fuera concebida como un espacio hostil, un sitio que no es para los niños». Y no se trata solo de colocar una pegatina en el suelo que avise que aquello es un camino escolar seguro, advierte.
Pacificar el camino
Explica que para que los niños comiencen a tomar la calle no basta con pacificar el tráfico (que ya es un paso crucial para reducir la contaminación y mejorar la seguridad), sino hacer nuevos tipos de calles y aceras. Propone caminos más permeables donde pueda crecer la vegetación y hacer frente a las temperaturas extremas a las que son especialmente sensibles los niños, pero también las personas mayores.
En el camino antes de llegar a la escuela hace una última parada en la entrada, generalmente rodeada por una verja y que en realidad es un sitio de encuentro donde las familias se conocen y comparten más allá del obligado grupo de WhastApp. A este espacio privilegiado de contacto social cree que habría que prestarle mucha más atención y convertirlo en una plaza abierta.
Y llega, ahora sí, al aula, ese lugar que tradicionalmente tenemos en mente como una caja llena de pupitres mirando en dirección al profesor. Esto, asegura, ya no tiene sentido, está pensado para la época en que el maestro era el que tenía el conocimiento y lo impartía a sus alumnos. Reconoce que muchos arquitectos han entregado aulas de este tipo «y sin estrenar ya sabíamos que estaban obsoletas».
Ahora que hay otras maneras de aprender cree que el espacio tendría que acompañar, que debería haber sitios donde aprender cooperativamente con los compañeros, donde experimentar e, incluso, lugares de introspección donde poder leer y estudiar solo.
Otro de los puntos neurálgicos es el patio que, asegura, tendría que ser mucho más que esa pista de hormigón tan común en nuestros edificios educativos. En este sentido, reconoce que las cosas están cambiando de abajo hacia arriba y que en muchos casos son las familias y los docentes quienes, por cuenta propia, han comenzado la transformación.
La renaturalización de los patios, asegura, debería ser una prioridad no solo para las escuelas, sino para los municipios. Ninguna ciudad, recuerda, tiene suficientes espacios naturales que hagan de refugio climático en tiempos de temperaturas extremas. Basta una vista aérea para darse cuenta del espacio que ocupan y la importancia que tienen. «Hay que hacer que la escuela salga a la ciudad y que la ciudad entre en la escuela. Los patios son espacios de pulmón y de refugio climático».
En este sentido reconoce que este inicio de curso también ha demostrado que urge un estudio climático de las aulas, «que tendrían que ser sitios muy agradables». No cree que la solución sea poner aire acondicionado en todas partes.
Eso sí, cuando se planea la construcción de una escuela nueva o la remodelación de una existente, primero va el proyecto pedagógico y después el edificio, nunca al revés. De hecho, el diálogo con la comunidad educativa es obligatorio con la publicación de la nueva guía. «Antes a las comunidades educativas no les teníamos en cuenta ni para ver dónde poníamos los puntos de luz», lamenta.
Le recordamos que quedan escuelas en barracones y señala que «voy a dar una opinión impopular. Los barracones no son lo peor mientras nos dedicamos a dialogar y a planear la escuela que queremos... Eso siempre que no estemos hablando de un tiempo endémico», aclara.