Cada vez son menos los escépticos, quedan pocos negacionistas de este asunto, pero a día de hoy sigue siendo necesario incidir en esta máxima, aclarar esta evidencia: las letras de canciones son literatura. Si usted sigue perteneciendo a ese grupo que reniega del Nobel a Bob Dylan, repita conmigo: las letras de canciones son literatura. Una copla de Jorge Manrique y el «aserejé» pertenecen al mismo género, obedecen a la misma esencia. O lo podemos decir de otra forma, las canciones de Manuel Alejandro, por ejemplo, son mejores que buena parte de los libros de poemas que se publicaron el año pasado. Esto cualquiera puede comprobarlo yendo a una librería y poniéndose el spotify al salir del establecimiento. Canciones y poemas tienen en común uno de los más misteriosos elementos sobrenaturales, la gracia, y el motor que la arrastra al lado del verso cantado o al rincón del verso escrito es la intuición, una intuición que a veces coquetea con la improvisación, con el jazz o el flamenco, como podía ocurrir con el estadounidense Kenneth Rexroth o con el granadino Enrique Morente. La literatura es impulso, nervio, y los dos caminos más rápidos que encuentran ese arrebato es el papel en blanco o el quejío.
Casi desde el principio de los tiempos el músico ha jugado a ser poeta, y el poeta ha soñado con tarimas y manos alzadas a sus pies como si fueran una siembra de trigo. Si ponemos el límite en la generación del 27, Federico García Lorca y Gerardo Diego fueron dos de los que más entendieron esa interdependencia en el decir humano desde la música y la poesía, dos modernos de verdad. El humanismo precisa de estos dos canales para tejer sus puentes de comunicación y entendimiento. Beethoven no tuvo ningún reparo en tirar de los versos de Schiller para decir aquella preciosidad de “alle Menschen werden Brüder”, es decir, todos los hombres serán hermanos. Y a esa esperanza seguimos cantando desde otros ángulos, porque quien canta o escribe solo está pidiendo que otros les atiendan y se arrimen.
Pero situémonos en nuestro tiempo: estos días celebramos los 20 años desde que nuestras vidas cambiaran para siempre con ese extraño estribillo del que era más difícil escapar que del mismísimo ómicron actual: “Y aserejé-ja-dejé De jebe tu de jebere seibiunouva majavi an de bugui an de güididipí”.
Imposible leerlo sin ser contagiado por su ritmo y contonear tímidamente la cadera. Imposible evadirse de él mientras acaba este artículo. Los roqueros e indis del momento se echaban las manos a la cabeza y señalaban como paletos a quienes reconocían el milagro de la canción. Aquí la gracia sí que descendió sobre las Ketchup, que cantaron el poema más sofisticado que se escribiera y cantara en España durante esos años. El «aserejé» tendría que analizarse más (ya se analiza) en la universidad, en las facultades de comunicación y filología.
A partir de ese pelotazo, nuestra música ha seguido con un ojo en los poemas para ir ensanchando sus propios versos, para ir componiendo libretos de discos y poemarios, o para homenajear la herencia recibida. Dos de los músicos que más lejos han llegado en esta exploración son Christina Rosenvinge y Amancio Prada. Tras muchos discos escribiendo letras que funcionaban como poemas fuera de la canción, Rosenvinge se animó a recopilar ese trabajo de varias décadas en el libro ‘Debut’ (Random House, 2019), en el que más allá de poner sobre blanco sus letras corrosivas, forma un diario vital y vocacional que acaba cerrando con el capítulo «La palabra exacta», un ensayo sobre su oficio de hilvanar verso y melodía en el verso cantado que arranca con la confesión de Boris Vian, quien estaba más orgulloso de sus letras que de sus novelas.
En definitiva, la sed de unas y otras acuden al mismo lugar, como indica en el libro la compositora madrileña: “La música existe porque llena el vacío del alma, porque posee el poder de la alquimia, de transformar las emociones destructivas en esperanza y vitalidad. Lo que late bajo el verso cantado es siempre nuestra infinita sed de amor”. Y Dios es amor, como apuntaba desde San Agustín a Ernesto Cardenal, y como cantaban todos los místicos.
El cantautor que mejor ha cantado a los santos y a los poetas que merecían un trocito de cielo es Amancio Prada. Nadie como él ha entendido a san Juan de la Cruz y a santa Teresa de Jesús, llevando la palabra elevada a su altura humana. También ha cantado los poemas de Juan Carlos Mestre en ‘Cavalo Morto’ y los de Gustavo Adolfo Bécquer en su último trabajo conmemorando el 150 aniversario del fallecimiento del poeta.
Los homenajes de músicos a poetas también han servido para achicar esa distancia física entre España y Latinoamérica. Los músicos catalanes Carlos Ann y Mariona Aupí cantaron los poemas de Gelman, y el primero publica sus versos en papel cada cierto tiempo. En el 2017 Nacho Vegas hizo su segunda incursión en la literatura con ‘Reanudación de las hostilidades’. En ese trabajo podemos encontrar poemas como «Las palabras mágicas» que más tarde convertiría en canción para su disco ‘Violética’. Vegas acaba de publicar un nuevo y ya celebrado disco en el que vuelve a reconocer a Carver como referente. Hace unos quince años el asturiano sacó un disco junto a Enrique Bunbury, que recientemente ha publicado su primer libro de poemas, ‘Exilio Topanga’ (La Bella Varsovia). En esos versos Bunbury plantea un viaje emocional que avanza por una etnografía onírica sin dejar de señalar las calamidades de nuestro tiempo.
Otra de nuestras mejores (hombre/mujer) letristas, Zahara, que el año pasado copó todas las listas con su disco ‘Puta’, calificado por la crítica como obra maestra, ha publicado los libros ‘Trabajo, piso, pareja’ (2017) y ‘Teoría de los cuerpos’ (2019), ambos en la editorial Aguilar, en los que confirma su voz poderosa y necesaria. Y no podemos olvidarnos de los sueños de María Rodés, que Alpha Decay recogió en el 2015 bajo el título ‘Duermevela’.
Esto solo es una pequeña introducción a ese vínculo entre música y poesía, a esas relaciones dentro de la literatura, que ya han difuminado y roto todas las barreras que durante algunos años las separaban y encorsetaban para el empobrecimiento general. El ser humano a veces canta y a veces escribe lo que calla. Todo depende de las personas. A ellas nos debemos.