Murmullo significa ruido continuado, confuso y poco intenso, causado por voces o por el agua o el viento. El ruido suele ser algo desagradable, pero el murmullo lo suaviza y lo transforma. María Belmonte suele transformar sus libros en algo suave y sedoso. Sus viajes parecen acariciar los caminos, los objetos y las personas. Como si el mundo que ella pisa, por duro que sea, fuera siempre un lugar con recodos amables, donde las musas cantan, donde los antiguos dioses regresan y te saludan como viejos amigos. Sus libros van y vienen en el tiempo, con tanta documentación y referencias que más de uno podría sentirse abrumado. Pero leyendo a Belmonte ni te enteras. Entras en su mundo y desapareces. No hay mejor piropo para un escritor que el de reconocerle en posesión de la fórmula mágica de la desaparición del lector. Y los lectores no buscamos otra cosa que ese momento íntimo en el que la historia escrita se transforma en nuestra voz interior.
Título: El murmullo del agua
Subtítulo: Fuentes, jardines y divinidades acuáticas.
Autora: María Belmonte
Editorial: Acantilado
Para María Belmonte, las fuentes son «lugares mágicos» en los que reina una atmósfera especial, sobre todo si se sitúan –como ha escrito Belmonte otras veces, respecto a los sitios donde habita el genius loci de Vernon Lee– en espacios aislados y solitarios. Son «paisajes sonoros, musicales», pero de hecho apelan a todos los sentidos. Son «naturaleza viva en movimiento» que ejerce su influjo también por lo que se presiente, ese «mundo subterráneo» que discurre a través de galerías y cavidades casi siempre inaccesibles, silenciosas salvo por el murmullo de las mismas aguas, inmersas en un «tiempo profundo» que se mide a escala geológica. Sumado al de los dioses que se fueron –pero «nos cantan todavía», como leemos en el Juliano de Gore Vidal, citado por Belmonte– queda la melancolía por las fuentes desaparecidas, en un mundo recalentado y cada vez más seco que presagia una edad degradada e inhóspita.
Es en la búsqueda de los lugares mágicos, no por poderes extraños al mundo racional, sino por la evocación de ese pasado en el que la naturaleza y el hombre no se habían separado, donde eran una misma entidad.