Iago Fernández reseña ‘Últimos días en la vieja Europa’, de Richard Bassett

Europa entre bambalinas

13 julio 2024 20:47 | Actualizado a 14 julio 2024 07:00
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¿Qué línea de causalidad más o menos racional podemos establecer entre saber tocar el corno francés y cubrir la corresponsalía de Europa Central durante gran parte de los años setenta y ochenta? A priori ninguna, o ninguna lo suficientemente convincente como para evitar un arqueo de ceja involuntario. Sin embargo, hubo un tiempo en que la relación entre ambas cosas, por más remota que nos pueda parecer ahora, fue posible. Hubo un tiempo en que ser inglés y saber tocar el corno francés constituían los requisitos necesarios para cubrir la corresponsalía del Times en Centroeuropa. Y, a juzgar por los antecesores de Richard Bassett en el cargo –un notable historiador de la Persia antigua, un clérigo y un tenor de un coro húngaro, todos ellos sin «experiencia periodística apropiada», claro está–, quedaba claro que su contratación no se debió tanto a la casualidad como a una política de captación algo disparatada e indescifrable para el común de los mortales. «Qué típico del Times, un poco de academia y otro poco de música», apuntó alguien ante la noticia del nombramiento del nuevo corresponsal. Pero como suele decirse: aquellos eran otros tiempos. Para ser más concretos eran los tiempos en los que un viaje de Londres a Trieste, punto de partida de este libro, era algo parecido a una odisea inenarrable de más de treinta horas.


Fue el azar y «la oportunidad de escapar a la estrechez mental tan característica de los ingleses» lo que llevó a Richard Bassett, en 1979, a recalar en Trieste en calidad de profesor de inglés. La ciudad que lo recibió entonces apenas parecía capaz de retener algo de su pasado esplendor imperial. Poco podía imaginar el joven y espigado inglés que esa ciudad venida a menos iba a ser solamente la antesala de un ramillete de vivencias que lo iban a acompañar durante el resto de sus días. Trompa principal en una orquestra de Liubliana, la corresponsalía en Viena cubriendo la actualidad política de Centroeuropa, la austera realidad de los países firmantes del Pacto de Varsovia, una partida de bridge con el que fuera el último hombre vivo condecorado por el emperador austriaco Francisco José o el último representante del KGB en Praga, poco antes de la disolución de la Unión Soviética. Richard Bassett fue testigo de excepción de la vida tras el Telón de Acero y de la obsolescencia del aparato soviético en los países de la Europa Central.

$!Iago Fernández reseña ‘Últimos días en la vieja Europa’, de Richard Bassett

Título: Últimos días en la vieja Europa
Subtítulo:
Trieste 79, Viena 85, Praga 89
Autor: Richard Bassett
Traductor: Milos J. Krmpotić
Editorial: Catedral
Páginas: 336

De la Trieste de finales de los años setenta a la Praga de finales de los años ochenta, pasando por Zagreb, Liubliana, Viena, Salzburgo, Budapest, Varsovia y Leipzig, entre otras muchas de las paradas que nos depara Últimos días en la vieja Europa, el viaje de Richard Bassett nos trae a la memoria el viaje de otro compatriota suyo, Patrick Leigh Fermor, uno de los viajeros por excelencia del siglo pasado, que allá por el 8 de diciembre de 1933, con apenas 18 años y poco después de que Hitler se aupara en el poder en Alemania, emprendió un viaje a pie que iba a llevarlo desde su Londres natal hasta Estambul. Su viaje, que se alargó varios años, quedó recogido en tres magníficos libros: El tiempo de los regalos, Entre los bosques y el agua y El último tramo. Ambos viajes están separados por el abismo insalvable que abrió la Segunda Guerra Mundial, pero a ambos autores los une el don de la presciencia. Tanto Patrick Leigh Fermor –a su paso por la Alemania de la primera mitad de la década de los años treinta– como Richard Bassett –en su corresponsalía en Centroeuropa durante los ochenta– supieron anticipar dos cataclismos que marcaron, y siguen marcando todavía, el devenir de Europa: el descenso a la barbarie del nazismo y la guerra intestina a la que dio lugar la desintegración de Yugoslavia. Pese a estar separados por esa herida que nunca ha terminado de sanar y que divide el siglo XX europeo en dos mitades, ambos viajes –los cuatro libros en total–, ofrecen un testimonio ineludible para entender los derroteros de la Europa contemporánea.


Últimos días en la vieja Europa, a ratos libro de memorias, a ratos crónica de viajes y a ratos novela de formación y de espionaje, logra sobreponerse al horror de uno de los momentos más negros del continente para desplegarse ante el lector como una gran aventura y una oportunidad única de recuperar, por el espacio de tiempo que ocupa la lectura de estas páginas, un mundo que hace mucho que dejó de existir.

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