Ayer por la tarde coincidieron en diferentes espacios de Reus, diversos actos culturales; desde una performance en la plaza Mercadal hasta una conferencia del presidente del Parlament de Catalunya Josep Rull en el Teatre Fortuny, y, en un espacio tan especial y magnífico como la tienda modernista de la Casa Navàs, Carles Porta trajo la presentación de su último libro sobre su caso más mediático.
Tan así es, que muchos de los asistentes al acto tuvieron que quedarse fura durante la parte hablada de la presentación, para poder acceder durante la firma final.
Y es que nos encontramos en la edad dorada del true crime este nuevo género que tambalea entre el entretenimiento morboso, el periodismo de investigación, y la justicia social.
Con la proliferación casi excesiva del contenido de true crime, también nace un nuevo debate moral sobre esta divulgación insesibilizadora. Estar interesado en el crimen real está bien, estar interesado en la psicología de por qué alguien haría algo tan macabro no es malo, pero romantizar a criminales reales que dañaron a personas reales como si fueran antihéroes de ficción es inaceptable, y es una tendencia que vemos cada vez más creciente con ejemplos como Jeffrey Dahmer o Richard Ramírez.
Realmente, consumir este tipo de contenidos ha de afectar de alguna forma. No es bueno estar insensibilizado frente a crímenes horribles, y ahora podemos ver como este material audiovisual se formulan de maneras muy diversas, hasta llegar al punto que podemos ver cómo alguien se maquilla los ojos mientras habla sobre el incesto y el abuso de los niños, y a nosotros no nos parecerá extraño.
Esto también me hizo darme cuenta del tiempo que invierten para recordar a estos infames asesinos en estos pódcast, pero raramente hacen hincapié en los nombres de las víctimas. Pasan a ser un medio más para la reputación de criminales.
Y por eso Crims se ha ganado su fama a pulso; si hay algo que se debe aplaudir es que no se regocija en la morbosa curiosidad de los crímenes, pero sin perderse en la frialdad necesaria para digerir los macabros casos que a menudo narra. Las víctimas, en ningún momento, dejan de ser personas reales para convertirse en marionetas de entretenimiento. La narración es sutil y extremadamente cuidada para no alejar la prioridad de los perjudicados.
A pesar de la pobre organización (realizar este tipo de actos que juntan un número elevado de gente en un espacio con la importancia patrimonial como la casa Navàs, que por sus excepcionales características destaca como un caso único en Europa y que quizá debería buscar un tipo de visitante o experiencias diferentes, más cuidadas, no me pareció una decisión desde el punto de vista patrimonial del todo acertada), Carles Porta destacó carismático y auténtico durante todo el acto, resaltando con humor algunas peripecias de las investigaciones.