Hay varias maneras de caer rendido a los encantos de las novelas de David Markson, escritor cuyos libros pasaban con la discreción suficiente como para que un amigo le advirtiera “del riesgo de volverse célebre por ser tan desconocido”, tal y como contaba él. Markson (Albany, 1927-Nueva York, 2010) es hoy un escritor no sé si célebre o de culto, y no sé cuál de las dos calificaciones le incomodaría más, pero desde luego es uno de los que más audaces y cuya obra ensancha el camino de las novelas. Es autor de una singular obra, novelas experimentales entre las que destaca de manera unánime La amante de Wittgenstein –publicada originalmente en 2018 y traducida al español por Mariano Peyrou para Sexto Piso en 2022–. La última novela, también con traducción de Mariano Peyrou para Sexto Piso, es como su nombre indica la última novela de David Markson.
Como algunos de sus otros libros (La soledad de lector, Esto no es una novela), la última de sus obras está hecha con citas y anécdotas y fechas, es un collage hecho de “cosillas”: “Oye, he comprado tu último libro. Pero lo dejé después de unas seis páginas. ¿Eso es lo único que hay, esas cosillas?”, se lee en uno de los fragmentos de La última novela, y suponemos que es algo que le dicen al Novelista; protagonista del libro. El Novelista, en juego de espejos con Markson, asoma entre las citas, anécdotas, rumores y datos. Todas esas cosillas curiosas, divertidas, maliciosas van estableciendo relaciones entre sí, como pequeñas constelaciones temáticas. Hay temas sobre los que se vuelve de manera llamativa: la muerte y la obra; casi como enfrentadas. Los escritores, compositores, pintores, etc., mueren, pero tal vez sus obras venzan a la muerte. El Novelista está decaído porque muchos de sus amigos han muerto, está hacia el final de su vida y la preocupación por la muerte aumenta: “Lo bastante mayor como para haber empezado a encontrar retratos en sellos de correos de otros escritores que había conocido personalmente o con los que al menos se había cruzado de pasada”.
Entre los temas que se suceden, un poco como estrellas fugaces, está el interés por la voz pública de las mujeres y su silenciamiento; se nota un gusto por observar las relaciones entre los escritores y cómo se ven unos a otros: “Un charlatán, llamó Valdimir Nabokov a Thomas Mann. Una absoluta mediocridad, a D. H. Lawrence. Ese impostor total, a Ezra Pound. Despreciable, asqueroso, enfermo, de tercera clase, a Dostoievski”. También hay una línea de escritores y críticos, en la que participa el Novelista: “Los críticos protestan porque el Novelista últimamente parece estar escribiendo el mimso libro una y otra vez. Como sus grandiosamente perspicaces abuelos, que también refunfuñaban porque Monet ya había pintado esos maldítos nenúfares neuve docenas de veces”. Y también lo errado del juicio, o mejor dicho: lo impredecible de la vida de las obras.
Hay muchas maneras de disfrutar de este libro, como decía: una es la erudición, nunca petulante, sino más bien simpática y buscando la contradicción, la paradoja, pero también la hondura; otra es coger las piezas que Markson presta y entretenerse construyendo el libro a gusto y necesidad del lector; y la más sencilla: dejarse hipnotizar por la enumeración, ese gesto perquiano, con el que arma un libro poderoso que necesita de la complicidad del lector para que sea pleno.
Título: La última novela
Autor: David Markson
Editorial: Sexto Piso, 2024
192 páginas