La laicidad es el pilar fundamental de la República francesa y de la inmensa mayoría de sociedades democráticas. Ser laicos no significa no ser creyentes, ser laicos significa que cualquier credo tiene cabida bajo un estado que solo se permite creer en las leyes. Nadie por encima de la ley, ni siquiera Dios. Charlie Hebdo, durante sus 50 años de vida, ha hecho de la defensa de la crítica al poder, a todo tipo de poder y a todos los símbolos que lo acompañan, el eje central de su política editorial. Una opción incómoda, siempre sujeta a la ofuscación de quien pretende imponer sus creencias como las únicas posibles. La sátira no es humor. La caricatura no pretende que te rías, ni que sonrías. Pretende que te revuelvas en tu confort de ideas y prejuicios, pretende cabrearte, pretende hacerte pensar y replantearte tus valores. Siempre pretende que tu análisis crítico sea más crítico todavía. Pero el poder, cualquier tipo de poder, no lo soporta. No lo soportan los políticos, no lo soportan los empresarios, no lo soportan los católicos, no lo soportan los musulmanes, no lo soportan los judíos, no lo soportan los budistas ni los animistas, ni seguramente lo soportamos nosotros. No es sencillo. A nadie le gusta que le remuevan el tuétano de sus creencias. A nadie. Pero la blasfemia es una creación humana y como tal, debe ser humanamente tratada. La sátira es tan antigua como el hombre. Tenemos ejemplos en el teatro clásico griego y en la propia Roma. Si uno recorre las calles cercanas a Piazza Navonna se topará con la estatua conocida como Il Pasquino, en la plaza que lleva su nombre y que es la más conocida de las denominadas estatuas parlantes de Roma. Il pasquino se convirtió en figura característica de la ciudad durante el siglo XVI, debido a que surgió la costumbre de colocar en ella escritos críticos y satíricos, a menudo en verso, dirigidos contra personajes públicos importantes como cardenales y pontífices. La tradición ha llegado hasta nuestros días y la estatua suele estar cubierta de «pasquines» (de ahí la etimología de la palabra) en la que se hace crítica del poder.
Los medios de comunicación
Los medios funcionan como una institución central en cualquier democracia moderna. Los periodistas no solo informan sobre eventos, sino que los representan de manera reflexiva ante una audiencia. Para tener éxito, el periodismo debe ser convincente y significativo para sus audiencias. Tales significados se centran en gran medida en principios profesionales de autenticidad periodística, veracidad, precisión, independencia y equilibrio. Estos códigos profesionales están entrelazados con las morales civiles de la vida colectiva. Pero los medios satíricos responden al principio de la provocación y proporción. La existencia de revistas, diarios o programas satíricos es directamente proporcional a la calidad y vitalidad del sistema democrático. La Codorniz, El Jueves o Polonia, son ejemplos evidentes de la necesidad de la provocación para comprender la brutalidad del poder sobre una sociedad. El periodismo, por sí solo, no puede llegar a expresar con total rotundidad cómo nos afectan las artimañas del poder. Lo vemos ahora con Elon Musk y su compra de Twitter. La autocensura de los medios americanos durante la campaña electoral. El miedo. La autocensura tras los atentados de Charlie Hebdo. Las dudas de periódicos como ‘The New York Times’ y tantos otros sobre si publicar o no las famosas viñetas. La propia autocensura que cada día nos imponemos para no molestar al poder, porque el poder puede aplastarnos.
Las víctimas
Ha pasado una década, pero Francia nunca ha vuelto a ser como antes. Los atentados yihadistas del 7, 8 y 9 de enero de 2015, en París, constituyeron, para la «patria de los derechos humanos», un choque de una violencia comparable, guardando las proporciones, al del 11 de septiembre de 2001 para los Estados Unidos. En Francia, no se trató de un símbolo de poder financiero el que fue atacado, sino de un doble legado invaluable y fundamental: el de la libertad de expresión y el del derecho de los franceses judíos a vivir en paz en su país. Durante esos tres terribles días, tres terroristas islamistas, todos franceses, deseosos de «vengar al profeta Mahoma», asesinaron a 17 personas con armas de guerra. En las oficinas de Charlie Hebdo, en la mañana del 7 de enero, la carnicería dejó 12 víctimas, entre ellas ocho miembros del equipo del periódico, personalidades populares, emblemáticas de la tradición francesa de la sátira y de la libre crítica de todas las formas de pensamiento, incluida la religiosa. Al día siguiente, una policía municipal cayó bajo las balas cerca de una escuela judía, probablemente objetivo de su agresor. Luego, el 9 de enero, cuatro clientes del Hyper Cacher (supermercado especializado en comida y productos para los judíos ortodoxdos) en la Porte de Vincennes, fueron fríamente asesinados. La explosión de enero de 2015 habría sorprendido menos si se hubiera escuchado la señal trágica del atentado de 2012. La masacre cometida por otro terrorista islamista en la región de Toulouse, cuando tres militares y cuatro personas judías, entre ellas tres niños de la escuela Ozar-Hatorah, fueron asesinados. Pero los atentados del mes de enero de hace diez años fueron el detonante que nos hizo comprender que ya no estábamos a salvo. Nadie estaba a salvo. El annus horribilis del 2015 continuó con la masacre en la sala de conciertos del Bataclan, el Stade de France, los atentados de Niza y los degollamientos como fórmula de «justicia divina».
Je suis Charlie
De una magnitud excepcional, las manifestaciones organizadas en respuesta a los atentados de enero de 2015 parecen hoy muy lejanas. Francia ha resistido la tentación de las leyes de excepción. La justicia ha condenado a los cómplices de los asesinos en juicios ejemplares. Pero, ¿Cómo no lamentar que los «Yo soy Charlie» que inundaban las redes sociales hayan dado paso a un relativismo sobre la libertad de expresión y el derecho al blasfemo, en particular entre las generaciones más jóvenes? ¿Cómo no darse cuenta de que estos dramas repetidos y su explotación política, a menudo cínica, solo han profundizado la brecha sobre la laicidad? ¿Cómo no preguntarse sobre la relación exacta y matemática entre la amalgama intencionada de inmigración y extremismo y el auge de la extrema derecha en toda Europa y en todos los sistemas democráticos del mundo? ¿Somos aún Charlie? Unos días antes del aniversario hemos preguntado a algunas personalidades qué piensan sobre el tema. La mayoría prefiere no decir, no escribir, no hacer, desaparecer, disimular. El tema es incómodo. La sátira no es plato de buen gusto para nadie. Pero tampoco lo es la crítica, ni la oposición, pero es que es esto justamente lo que sustenta y protege nuestra libertad. No lo olvidemos.