Cuando este año se cumplen 30 años del estreno de la tercera entrega de Mad Max (‘Mas Max 3, más allá de la cúpula del trueno’), el director de la trilogía (George Miller, el mismo de ‘Babe, el cerdito valiente’) se ha puesto tras la cámara para acabar de rodar y montar ‘Mad Max: furia en la carretera’).
El cineasta australiano ha vuelto por la puerta grande tras cosechar dos éxitos precedentes en el cine de animación (‘Happy Feet’ y ‘Happy Feet 2’). Y, justo entre la tercera de ‘Mad Max’ y ‘Babe’ ya había cosechado buenas críticas en dos de sus películas: ‘El aceite de la vida’ y ‘Las brujas de Eastwick’.
Pero, sin duda, su gran rampa de lanzamiento fue Mad Max, con un entonces desconocido Mel Gibson y que se metió en el papel en 1979 con ‘Mad Max, salvajes de autopista’. Recuerdo acudir a su estreno entre críticas por sus imágenes salvajes, crudeza visual y un montaje tan innovador e el cine de acción de la época que dejó a muchos sin apenas aliento. Calificada por algunos como ‘el nuevo western’, Mad Max acabaría convertido en n ‘cowboy’ de la carretera dispuesto a implantar la justicia allá donde fuera. Aquella película se convirtió para muchos en una paranoia sin sentido. Aunque para muchos otros fue una original y perfecta mezcla entre la ciencia ficción y el western. Sus solitarios y ariscos parajes australianos ayudaban a dar esa sensación de que Mad Max era algo así como el Llanero Solitario.
El individualismo del protagonista queda patente cuando debe hacer frente a toda una horda de salvajes y depravados. Es su forma de entender la vida: ‘yo solo contra el mundo’.
Miller empleó el mismo planteamiento en ‘Mad Max 2, el guerrero de la carretera’ (1981), en la que sufriendo una notable economía de medios, supo reflejar en la gran pantalla su forma de entender cómo hacer entretenimiento con toques sadomasoquistas, cierta apariencia de cómic y una espectacular coreografía motorizada de las que crean escuela.
Saltándonos ‘Más allá de la cúpula del trueno’, ese mismo ‘baile’ de vehículos cruzando los desiertos a topa pastilla mientras son conducidos por un grupo de pervertidos y libertinos es parte de la memoria fílmica que nos quedará de ‘Furia en la carretera’, como a mí me quedó la imagen de Mel Gibson enfrentándose a sus despreciables rivales en ‘Salvajes de autopista’.
Esta cuata entrega de la saga cuenta con algunos toques de todas sus predecesoras, aunque Miller haya vuelto a usar una imaginativa atmósfera de un futuro apocalíptico. Para ello emplea menos violencia para ofrecer más espectáculo visual. Y esta vez, Warner Bros (productora de las tres entregas anteriores) sí le ha dado medios. Ahora es el británico Tom Hardy quien sustituye a Gibson . También ayuda mucho la presencia de Charlize Theron (que recuerda por su aspecto a la teniente Ripley de la saga ‘Alien’, especialmente en la tercera entrega en que Sigourney Weaver también se rapó a cero).
En esta ocasión, Mad Max, perseguido por su pasado, se ve arrastrado a formar parte de un grupo que huye a través del desierto en un War Rig conducido por una Emperatriz de élite: Furiosa. Escapan de una Ciudadela tiranizada por Immortan Joe, a quien han arrebatado algo irreemplazable. Enfurecido, el Señor de la Guerra moviliza a todas sus bandas y persigue implacablemente a los rebeldes en una ‘guerra de la carretera’ de altas revoluciones.