Recorre a diario cientos de kilómetros para acudir a sus cotidianas obligaciones. De Gandesa a la Ciutat Esportiva Joan Gamper. Esos ratos de carretera sirven para pensar en la siguiente táctica, en el siguiente reto, también en cómo estarán pasando el día los suyos. Hace seis años que Rafel Navarro (1986) recorre el mismo trayecto y ejerce como segundo técnico del Barça femenino, el equipo que ha abanderado una revolución social y que cada año engorda su prestigio con títulos. Él, después de la Supercopa de España de este pasando domingo, ya acumula 17. Ha convertido en rutina algo inusual.
El Barça campeonó de nuevo en el estadio municipal de Butarque, la casa del Leganés, y lo hizo bajo esa expresión rotunda que casi siempre exhibe en las competiciones nacionales. Nadie le rechista, ni siquiera el Real Madrid. La manita al rival blanco (5-0) evidencia que las distancias no se han acortado y, sobre todo, que la ambición competitiva de la plantilla azulgrana es abrumadora. Nadie se conforma, nadie presume del pasado. Lo único que vale sucede hoy.
En ese clima de autoexigencia, el técnico ebrense se mueve con una discreción invisible. Habla poco, se limita a aportar conocimientos en las sesiones de trabajo y en los domingos de fútbol, ahora bajo la tutela de Pere Romeu, aunque antes ya arropó a Lluís Cortés y a Jona Giráldez, todos ellos primeras espadas con éxito en la entidad que han aprovechado el talento de Navarro en el día a día. El asistente, en lugar de morir de exceso de ambición, sabe estar. Una elección inteligente.
La primera final de la historia ante el Real Madrid se dio en Butarque, donde se creó una expectación propia del Clásico del fútbol español. Sin duda alimentó ese afán de conquista de las azulgranas. Además de golear con cierta solvencia, las de Pere Romeu alcanzaron un registro aclarador. 16 partidos contra las blancas, 16 victorias. El balance habla claro. En el juego, tampoco hubo demasiada historia.
Celebración íntima
El primer título de la temporada, quizás el menos glamouroso, implicó celebración, aunque con un talante más íntimo. Sobre el mismo césped, el equipo premió a los aficionados y aficionadas desplazados a Butarque con su atención, a nivel personal, Rafel Navarro, esta vez, no disfrutó de la presencia de sus hijos Martina y Marc, habituales siempre que el Barça alza un premio gordo.
La expedición azulgrana culminó la alegría en el restaurante Filandon, un recinto gastronómico situado a las afueras de Madrid, en el norte de la capital. Además de la plantilla y el staff, ejecutivos del club acompañaron a la comitiva en una fiesta íntima y familiar. El dirigente Xavi Puig, el primer entrenador Pere Romeu y la capitana Alexia Putellas realizaron los parlamentos oficiales en un ecosistema de alegría contenida. Lo gordo, los grandes títulos, se encuentran a la vuelta de la esquina.
El Barça regresó por la noche vía AVE, aunque algunas jugadoras aprovecharon los dos días festivos que el staff otorgó como premio para quedarse en Madrid. De hecho, hoy miércoles, está previsto el regreso a los entrenamientos para preparar la cita liguera de este sábado ante el Levante.
El actual viaje del Barcelona femenino pide máxima atención, sobre todo en los meses donde comparecen las eliminatorias decisivas de la Champions. Rafel Navarro aspira, como el resto del plantel, a la tercera Copa de Europa consecutiva, una hazaña que motiva y mucho en la caseta del Johan Cruyff.
