Poco queda ya del Nàstic que enamoró en esos primeros compromisos de pretemporada ante Zaragoza y Huesca. Esa versión, que se llegó a denominar 2.0, en la que se adivinaba un equipo más alegre con balón. Con iniciativa e ideas constructivas que desafiaron a dos equipos hechos y derechos de la Segunda División. En dos jornadas, ese modelo ha caído en el olvido. Ha desaparecido por completo. El Nàstic ha vuelto a ser ese equipo rocoso e inoperante ofensivamente. Carente de creatividad que se hunde en exceso cuando el rival le aprieta las tuercas.
Ante la UD Logroñés ya se intuyó que la línea regresaba al punto en el que quedó el curso pasado, que no estuvo nada mal, al fin y al cabo se quedó a un paso del objetivo. Pero no tiene nada que ver con ese equipo que se quiso ofrecer en pretemporada.
En el primer encuentro el rival mostró superioridad en el centro del campo durante buena parte del choque. Solo en los minutos finales se vio un Nàstic más valiente. Un equipo que remontó el 0-1 por amor propio. Porque no estaba dispuesto a encajar una derrota en su estadio.
Esa imagen de equipo tosco y temeroso se replicó en La Nucía. O no se quiso o no se pudo, pero la realidad es que la producción ofensiva de los granas fue más bien escasa. De nuevo, únicamente la necesidad de reparar el gol en contra hizo que el grupo diera un paso al frente. Más por talento individual que por juego colectivo. Conectó la calidad de futbolistas como Guillermo Fernández o Aarón Rey y el equipo no solo igualó el marcador, sino que cerca estuvo de poder darle la vuelta y volverse con tres puntos a Tarragona.
La salida de tres con Marc Montalvo entre centrales no funcionaba. La Nucía estuvo mejor expuesto sobre el terreno de juego y pudo solventar fácilmente las iniciativas tarraconenses. Con Montalvo saturado por la alta presión del rival y Gorostidi mal posicionado, no había camino posible para el juego elaborado. Se acabó aplicando el método común del curso pasado. Envíos largos a la cabeza de Pablo Fernández. Un recurso que tampoco sirvió de mucho. El asturiano no consigue recuperar la versión del inicio de la pasada temporada cuando bajaba todos las ‘melones’ que le mandaban sus compañeros. No había nadie que pudiera competirle en el salto o en el cuerpo a cuerpo. Este curso no ha empezado con igual pie.
Raül Agné mantiene que quiere hacer esa evolución, pero no a cuenta de perder la identidad que le hizo fuerte: el alto nivel defensivo y la competitividad.
Lo primero lo ha perdido en estas dos primeras jornadas en las que el equipo ha encajado tres goles. Lo segundo, ese ‘Fins al final’ que hace pelear hasta el último segundo, sigue intacto. Es lo que ha permitido que el equipo sumara en las dos jornadas. Ese arrebato ADN Nàstic que dio para remontar ante la UD Logroñés, aunque luego se escaparon dos puntos en los últimos minutos, y para empatar en La Nucía después de encajar en el minuto 86. Uno de los aspectos a cuidar del Nàstic no es ya el no encajar, sino evitar hacerlo en los últimos minutos. Dos de los tres goles recibidos llegaron en el tramo final del choque.
Es justo reconocer que Agné no ha podido disponer de hombres adecuados para poder ofrecer ese juego combinativo o más de posición. Pese a apostar por Gorostidi de inicio en los dos encuentros, el mal papel del centrocampista vasco ha hecho que el técnico recurriera a Èric Montes, un perfil de pivote más conservador. La ausencia de Joan Oriol y que Pol Domingo no destaca por ofrecerse en la ayuda asociativa, dificultan la creatividad. Tampoco la hacen imposible. Siempre hay recursos tácticos para explotar el talento innegable de la plantilla.
En los próximos días Pedro del Campo regresará y podrá ofrecer ese talento creativo, ese liderazgo ofensivo para ser capaces de generar más y mejor juego que lo visto en estas dos primeras jornadas. El margen de mejora es enorme, solo hay que aprovecharlo.