Julia Navarro vuelve al desarraigo, a las migraciones forzosas, a las separaciones. En su última novela El niño que perdió la guerra (Plaza & Janés/Rosa dels Vents), contrasta los últimos momentos de la Guerra Civil y la postguerra española con la Rusia de Stalin: la falta de libertad, la persecución de los artistas, aquí y allá con especial énfasis en las mujeres, a pesar de que ella insiste en que no escribe libros de mujeres. Otras novelas de Navarro son La hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro, La sangre de los inocentes o Dispara, yo ya estoy muerto. Dime quién soy se ha convertido en una serie de la mano de Movistar+.
¿Por qué los totalitarismos, en este preciso momento con la extrema derecha en la palestra?
La extrema derecha y la extrema izquierda. A veces miramos lo que menos nos gusta y somos benevolentes con ideologías que creemos que son mejores. Ninguna de las dos tiene soluciones para los problemas de los ciudadanos. Son ideologías totalitarias que quieren imponer una manera de vivir, una manera de pensar, una manera de estar. La historia se repite de distintas formas, con características diferentes, pero desgraciadamente se repite.
Vuelve a haber muchas dictaduras en el mundo.
Muchísimas: Venezuela, Afganistán, los Emiratos... Todas tienen en común que cercenan la libertad de los ciudadanos. No hay libertad de expresión, ni de creación. Por lo tanto, da lo mismo cómo las apellides. Y eso todavía lo viven peor las mujeres.
Es una novela centrada en mujeres.
No escribo libros de mujeres, escribo historias donde hombres y mujeres forman parte de ellas. Anna y Clotilde son el eje de la novela, pero también los hombres que las acompañan.
Como las poetas rusas de las que habla, Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva.
Anna Ajmátova escribía poemas, componía música y como no se dedicaba a hablar del hombre nuevo y de los supuestos logros de la revolución terminó encarcelada en el Gulag. Ella y Clotilde Sanz, una caricaturista en la posguerra española, son dos mujeres oprimidas por dos sistemas, uno pintado de rojo y el otro de azul. Los dictadores siempre temen más a la palabra que a las armas y siempre persiguen a todos aquellos que puedan tener un pensamiento propio y un pensamiento crítico.
¿Qué significaba para ellas que las expulsaran de la Unión de Escritores Soviéticos?
La muerte civil. Significaba que no podían escribir, que había otros escritores que decidían que no eran suficientemente revolucionarias y que, por tanto, sus escritos eran un peligro para quienes los pudieran leer. Lo mismo que para Clotilde en la España de Franco. Muerte civil para los poetas, escritores, músicos...
¿Cree que los intelectuales deben posicionarse ante lo que están viviendo?
Todos nos posicionamos todos los días, con nuestras actitudes, con nuestra relación con los demás. Todos, con nuestro comportamiento, estamos diciendo qué pensamos.
Vuelve al desarraigo, al exilio forzoso. ¿Qué piensa cuando ve imágenes de los inmigrantes actuales?
No hay absolutamente nadie que deje su casa si no es por una causa realmente importante. La gente viene huyendo de la guerra, de la violencia, de la miseria y del hambre. Y lo menos que se merecen es tener un trato humanitario, que les recibamos respetando todos sus derechos y toda su dignidad que merecen como seres humanos.
¿Qué opina del cierre del espacio Schengen?
La historia de la humanidad es una historia de migraciones. El hombre, cuando no ha podido vivir en un lugar, porque se han acabado los recursos naturales, porque no ha podido comer o porque había guerras y violencia, ha cogido a su familia y ha intentado irse a otro sitio donde poder garantizar su supervivencia. Todos somos migrantes. Por tanto, cerrar las puertas es inútil. Se podrán levantar todos los muros que se quieran, pero al final, el instinto de supervivencia del ser humano los hará saltar por los aires. Me escandaliza que vivamos en una sociedad que levanta esos muros y que esa Europa con la que habíamos soñado, sin fronteras, vuelva a tenerlas.
Niños separados de sus padres, familias que no vuelven a verse...
Siempre intento ponerme en la piel de los otros. Pienso, qué sería de mí si tuviera que irme al otro extremo del mundo, a un país con otro idioma, con otra cultura y otros códigos de comportamiento. Cuando pienso en esto, no puedo evitar que esa mirada se refleje en mí. Yo siempre digo que los hijos pierden las guerras de sus padres. En este caso, el protagonista de mi novela es un niño de la guerra, un niño al que sus padres quieren salvar de los estragos de la Guerra Civil española para que no estuviera expuesto a las bombas, a la violencia. Y algunos de esos niños, los que fueron enviados a la Unión Soviética, no pudieron regresar porque cuando Franco ganó la guerra rompió relaciones con la Rusia comunista. Esos niños se tuvieron que quedar allí para siempre y no pudieron volver con sus familias. Imagínate un mayor desarraigo que este.
A pocos días de celebrarse los comicios norteamericanos, ¿ve a Trump igual que a Putin?
Sí. Evidentemente, yo en Estados Unidos votaría a Kamala. Pero digo esto y, al mismo tiempo, también digo que tengo muchas reservas porque con las relaciones públicas y de márketing, no terminamos de saber qué se piensa sobre nada.