“¿Sabes lo que es la guerra, Corto?”, pregunta Ismet Bajramovic ‘Ćelo’, ambiguo mafioso y héroe defensor de Sarajevo durante la guerra de Bosnia. “Sales a por pan y vuelves con una pierna amputada”, prosigue, ante el gesto impávido del maltés, que finalmente responde “Prefiero el amor”, mientras su amante Sémira aparece desde el fondo de un piso franco en la costa croata, componiéndose los cabellos y reclamando la atención de los dos hombres. Como ya hicieron en Océano negro, en La reina de Babilonia Martin Quenehen y Bastien Vivès trasladan a Corto Maltés desde esa apertura del siglo XX que le vio nacer de la imaginación y el trazo aéreo de Hugo Pratt hasta los inicios del siglo XXI, 2002, un interregno marcado por una nueva organización geopolítica global surgida de los atentados del 11 de septiembre.
Acallada la guerra de Kosovo y los enfrentamientos en el valle de Preševo, concluida también la guerra en el Líbano y el Congo y antes de la invasión de Irak, los servicios secretos estadounidenses intensifican su presencia a través de todo el planeta, y los traficantes mueven dinero y armas a través de todos los puertos del mundo, y es en el Adriático, en Venecia, donde comienza la acción trepidante de este nuevo álbum de Corto Maltés. Junto a Semira, fabuloso personaje que Quenehen y Vivès imaginan fotografiado junto a Ćelo por Annie Leibovitz durante la guerra en Bosnia, Corto emprende el asalto de un barco cargado de armas y billetes mientras, como hubiese hecho el propio Pratt, la acción se entrevera con los innumerables umbrales a través de los cuales Corto juega sus malas cartas y se pierde en espacios de fabulación, en la vibrante y perpetua tentación de saltar a otra historia.
El revolotear sonoro de una bandada de palomas en la plaza San Marco que precede a la epifanía fantasmal de Freya, coprotagonista de Océano negro; el desamparo de Corto frente al icono de una Madonna en pequeña iglesia veneciana; la aparición de un carromato gitano que lo recoge y le da refugio en el barrio de Gorica, en las colinas de Sarajevo; las callejuelas de Estambul; la huida de la pequeña Semira través del bosque del horror paramilitar de los Tigres de Arkan o el propio mito babilónico de Semiramis que inspira el nombre de la protagonista son imágenes raptadas al tiempo, potencias de la tragedia y la aventura en un presente que se disuelve, como el que creó Hugo Pratt entre la Primera Guerra Mundial y esa batalla del Ebro de la Guerra Civil española en la que, por fortuna, el marinero nunca llegó a morir.
En manos de Quenehen, el mito se imbrica con la precisa documentación, la fábula con personajes reales como Ćelo’, Leibovitz o Gina Haspel, ahora exdirectora de la CIA, y a través de los trazos volátiles de Vivès, los gestos de Corto parecen permanecer invariables, aunque el chaquetón marinero haya sido sustituido por camisetas o una parka militar. Es difícil imaginar noches más oscuras y a la vez vivas que las de Vivès, fondos blancos o negros más fugaces que los suyos, coreografías de amor y violencia como las que crea en este álbum portentoso que muestra cómo insuflar presente en un personaje eterno, cómo seguir haciendo del pasado cercano un lugar para la aventura, cómo la realidad, contemplada desde el mito, sigue siendo, como esos lugares mágicos de Venecia, en la Calle dell’amor degli amici, en el Ponte delle maravegie, en Calle dei Marrani, desde donde es posible siempre abrir una nueva puerta, soñar una nueva historia.
Ivan Pintor Iranzo
Corto Maltés. La reina de Babilonia
Autores: Martin Quenehen, Bastien Vivès
Editorial: Norma. 192 pág.
Precio: 28 €