Laura tiene 16 años y ha ido de botellón durante los últimos cinco fines de semana. Cuando empezó la pandemia tenía 14 años. No ha ido nunca a una discoteca y hasta hace cuatro meses no había probado el alcohol. «Nos da mucha rabia que se nos vea como criminales por pasárnoslo bien. Tenemos derecho a vivir nuestros 16 años. Es momento de socializarnos y de construir nuestro entorno más próximo. El ocio nocturno juega un papel importante en este camino. ¿No podemos ir de discotecas? Pues nos juntamos en la calle», opina Laura.
Los jóvenes, hartos de confinamientos y de restricciones, se plantan y buscan nuevas alternativas nocturnas. Los botellones siempre han estado presentes en nuestras calles, pero la pandemia los ha convertido en habituales. Se trata de un problema que sufre la mayor parte de ciudades. También Tarragona.
A principios de verano, los jóvenes se concentraban para beber en la Platja de l’Arrabassada. La policía decidió cerrar los accesos y los grupos se vieron obligados a trasladarse hasta las calles interiores de la Vall de l’Arrabassada, sobre todo en el entorno de la ITV. La manera de funcionar de estos botellones recuerda a la cultura nómada, que se adapta a las circunstancias y va cambiando de lugar.
El aparcamiento del cementerio se ha convertido en el principal escenarioLas fiestas de Santa Tecla lo dinamitaron todo. Las plazas y calles de la Part Alta, concretamente la Plaça de la Font, Sedassos, Les Cols y el Passeig de Sant Antoni, fueron los escenarios escogidos para estos grupos. La estrella, sin ninguna duda, ha sido el aparcamiento del cementerio, un punto alejado del centro urbano de la ciudad, donde se han concentrado miles y miles de jóvenes, con alcohol, altavoces y droga.
En este artículo, hemos hablado con jóvenes tarraconenses de entre 13 y 20 años que han participado en estos botellones. La mayoría de ellos no han querido dar a conocer su apellido. Con toda la información que nos han dado, seremos capaces de responder a muchas de las preguntas sobre esta práctica. ¿Cómo se organizan? ¿Dónde compran el alcohol? ¿Cuáles son los peligros a los que se enfrentan? ¿Y cómo se sienten?, entre otras cuestiones.
Supermercados permisivos
Mario y su grupo de amigos –todos tienen 16 años–, quedan a las nueve de la noche en la Rambla Nova. «Tenemos controlados cuales son los pakis –se refieren a supermercados regentados por paquistaníes– que venden alcohol a menores», explica Mario. La mayor parte de ellos optan por beber vodka. «Es barato y sube rápido», dicen.
A principios de verano, la opción con más consenso era la Platja de l’Arrabassada. «Al principio se estaba bien. Había grupos en la arena y otros en el paseo. Pero la cosa fue degradándose, e incluso hubieron apuñalamientos y robos», dice Josep, otro joven, quien, a modo de anécdota, recuerda como «nos trasladamos en una calle de la Vall de l’Arrabassada hasta que un vecino nos tiró un cubo lleno de agua. No volvimos».
Cuando llegaron las fiestas de Santa Tecla, las dinámicas cambiaron. Los jóvenes, a través de Instagram, de Telegram y de WhatsApp se organizaban. María lo explica: «El punto de encuentro era en la Plaça de la Font. Cuando la policía llegaba ya nos íbamos esparciendo. Preguntábamos a la gente dónde iba y seguíamos a la marabunta». Plaça de les Cols, Sedassos y Passeig de Sant Antoni. «Cada grupo va con su altavoz y sus bebidas. A la que vemos la poli, vertemos el alcohol en las botellas de Fanta o Coca-cola. De esta manera, no nos pueden multar», explica María.
Un duro dispositivo policial consiguió expulsar los jóvenes del casco antiguo. «Una de las opciones que más nos gusta es la del cementerio», explica Mariona, otra participante en los botellones. Mariona comenta la descubierta del gas de la risa. «Es como si deshincháramos un globo de helio. Solo lo he probado una vez y me reí mucho», dice Mariona, de 16 años. El gas de la risa –así es como se conoce coloquialmente– es óxido nitroso que, en los últimos tiempos, se está consumiendo en los botellones. Tarragona no es una excepción.
Las experiencias en el aparcamiento del cementerio son variadas. Hay de todo. A Toni le robaron el móvil. «Me pidieron la hora y, al sacarlo de la riñonera, me lo quitaron», dice Toni. Su amiga, Anna, recomienda: «Tienes que ir vestida como una choni para que no te metan el palo. Nosotros nos quedamos fuera del parking para evitar cosas así».
La mayoría de estos jóvenes asegura que sus padres saben lo que están haciendo. «Mi madre me viene a buscar a la puerta del cementerio a las cuatro. Ella ya sabe que allí no hay bares», comenta Elisabeth, de 16 años.
Así se sienten
Los jóvenes consultados por el Diari se quejan del trato que reciben por parte de los medios de comunicación. «No hacemos nada malo. Hemos estado sin salir de casa unos dos años y, pese a ello, siguen los reproches», dice Patri, de 17 años, quien añade que «ya me gustaría ver a estos que tanto se quejan si tuviesen nuestra edad. Seguro que harían lo mismo».
Por otro lado, Nando, de 19 años, dice que no sabe si volverá a entrar a una discoteca. «En estos locales no siempre te dejan entrar y el alcohol es muy caro. En cambio, la calle es de todos, no hay discriminación», apunta Nando. Otros opinan distinto. Es el caso de Queralt, de 17 años, quien asegura que «cuando abran las discos dejaré de consumir alcohol en la calle. Lo de ahora es una alternativa».
La mayoría de jóvenes tarraconenses entrevistados en este artículo aseguran que este fin de semana descansarán, después de dos fines de semana festivos. Eso sí, avisan que de aquí a dos semanas volverán a las calles para celebrar el puente del Pilar.