«Tarragona vivió una jornada llena de fervor y entusiasmo». Así relataba el Diario Español el día 8 de noviembre de 1956, la fecha elegida para inaugurar la Universidad Laboral, bautizada con el nombre del dictador, Francisco Franco. La construcción se había iniciado en enero de 1953, de forma que hace 65 años, en estos meses, el ritmo de las obras era trepidante, ya que tan solo se tardó cuatro años en completarse.
El mismo día de su inauguración, el cronista Petrófilo escribía: «Para Tarragona es día grande. Al igual que el día de la inauguración de la doble vía Reus-Tarragona. Para la población, se abre un cúmulo de posibilidades. Para la Patria, un Capítulo revolucionario lleno de perspectivas subyugantes». Y es que es necesario retroceder unos años para conocer la importancia de este gran complejo. El arquitecto Jordi Guerrero ha estudiado muy bien el contexto que lo explica. Sitúa los orígenes en el año 1951. «Se produjeron unos cambios de orden político. Los americanos cogieron a Franco de aliado y vemos como a inicios de los 50 se produce un cierto aperturismo que se refleja en la arquitectura», explica.
9 de noviembre de 1956España quiso mostrar al exterior que era un país moderno y la arquitectura se convirtió en un espacio de propaganda. El régimen pasó de construir monumentos y edificios academicistas a equipamientos que en aquella época se consideraban de vanguardia. En este contexto se impulsó la construcción de cinco laborales en las que los hijos de los trabajadores podían tener unos estudios reglados para garantizarles un futuro mejor.
se inauguró oficialmente la Universidad Laboral Francisco Franco en un acto con toda la cúpula militar y eclesiástica del momento.
Un proyecto conjunto
El primer centro se construyó en Gijón, en el año 1948. «Allí vemos una arquitectura más monumental, parecido al Escorial», dice Guerrero. Sevilla, Córdoba, Zamora y Tarragona fueron las otras poblaciones que se vieron beneficiadas y en las que ya se utilizó un lenguaje más moderno. Las buenas relaciones del gobernador civil, José González-Sama, con Madrid propiciaron esta inversión –que inicialmente debía hacerse en el espacio que posteriormente ocupó la Ciutat Residencial pero que se descartó por su orografía– y finalmente se hizo en estos terrenos junto a La Pineda.
Los arquitectos madrileños Antonio de la Vega, Manuel Sierra Nava y Luis Peral Buesa se encargaron de diseñar el proyecto encargado por el Ministerio de Trabajo. «Tenían mucha prisa para acabarlo y querían hacerlo moderno», certifica Guerrero. Así que se repartió el trabajo. Uno se encargó del comedor y de los dormitorios, el otro de las escuelas y la urbanización del conjunto y, finalmente, el tercero de los talleres. Al equipo se sumó Antonio Pujol, quien se hizo cargo de la dirección de la obra.
«Era un proyecto muy ambicioso ya que la idea es que funcionara como una ciudad autónoma», sigue explicando este arquitecto. Para entender su importancia hay que tener en cuenta que a inicios de los cincuenta la ciudad de Tarragona tenía una población de unos 38.000 habitantes, de forma que el complejo se presentaba prácticamente como una nueva ciudad.
En su construcción participaron artistas de gran nivel internacional. Es el caso de Rubio Carmín, que destacaba por sus propuestas innovadoras. Los edificios están dispuestos junto a las calles, formando esta ciudad autónoma en la que la vida giraba alrededor de una gran plaza. El comedor podía reunir a más de 2.000 personas juntas, mientras que la cocina es una estructura de hormigón, obra de Eduardo Torroja, que hacen de ésta una estancia única.
Inauguración insólita
«Se gastaron mucho dinero y esto, si le sumamos que los falangistas iban perdiendo peso, hizo que el régimen decidiera prescindir de Girón, que era el ministro de Trabajo que había hecho el encargo de construir las laborales», apunta Jordi Guerrero. Sin embargo, antes de que le echaran, consciente de que tenía la soga en el cuello, el ministro quiso inaugurar su obra. Lo hizo de una forma completamente insólita: a través de un mensaje radiofónico en el que deforma simultánea se abrían los cinco centros repartidos por el territorio. Hubo que esperar hasta el 9 de noviembre de 1956 para que finalmente el general Francisco Franco viajara a Tarragona y, acompañado por todo el séquito de autoridades eclesiásticas y militares, inaugurara de forma oficial las instalaciones tanto de la Laboral como la Ciutat Residencial. «Tarragona, una ciudad de provincias de España tenía con estas dos infraestructuras un espacio para la formación de los trabajadores y el otro para su descanso», certifica Guerrero.
Un espacio de libertades
A pleno rendimiento, la Laboral tenía capacidad para 4.000 alumnos e impartía ochenta especialidades. Llegó a ser la mayor de España, convirtiéndose en un polo de atracción para alumnos de toda Catalunya. El actor Lluís Soler, el cantautor Joan Manuel Serrat y el director de teatro Josep Maria Pou son algunos de estos jóvenes que llegaron a la Laboral en su adolescencia. Pou recordaba en el acto de los cincuenta años de esta institución: «Para un joven de Manlleu venir a Tarragona supuso conocer un mundo muy grande y nuevo. Salía poco de la Laboral porque teníamos de todo: nos daban la ropa, la comida, el colegio, pistas deportivas e, incluso, playa propia, aunque de vez en cuando los domingos íbamos a comer un bocadillo a la Rambla Nova o a la Part Alta».
45.000 alumnos en medio sigloPor su parte, Lluís Soler destacaba que el complejo fue una obra del régimen dictatorial, pero no una fábrica de franquistas. «Aunque era algo totalmente franquista, respirabas mucha libertad. Se les escapó de las manos».En abril de 2007 se hizo una gran fiesta coincidiendo con el cincuenta aniversario de la inauguración de la antigua Universidad Laboral. Hasta aquella fecha alrededor de 45.000 jóvenes habían realizado sus estudios en el complejo, que ya había empezado sus años de decadéncia.
Personas que posteriormente han triunfado en altos campos pero también mucha gente del territorio que inició sus estudios en este espacio y que posteriormente han contribuido a enriquecer el tejido productivo de nuestras comarcas. El exrector de la Universitat Rovira i Virgili (URV) Francesc Xavier Grau fue uno de los jóvenes que cursó el bachillerato y el COU en un recinto que, años más tarde, acogía los barracones en los que se iniciaron los estudios de Química de la embrionaria universidad del sur de Catalunya.
Miles y miles de jóvenes han sido los que han pasado por la Laboral, que posteriormente pasó a ser el Complex Educatiu. Es el caso de David González, que hace dieciséis años cursó Arts Gràfiques en el Institut Pere Martell. «De pequeño mí padre jugaba a fútbol en la Laboral y pensaba que estaba muy bien», explica.
En aquellos momentos había jóvenes venidos de toda la demarcación. «Tenía amigos en la residencia y estaba toda llena. La vida era la de un campus universitario», argumenta. La vida al aire libre y la playa son algunos de los aspectos que recuerdan más los antiguos alumnos. Jorge Moya inició los estudios en Ingeniería Técnica Electrónica a inicios de los noventa. «Fueron años de muchísima movilización por la Guerra del Golfo y la reforma educativa. Me acuerdo muchísimo de la plaza central, con los alumnos protestando. Había mucho activismo», señala. González y Moya volvieron recientemente al complejo. «Te da pena ver cómo está. Hay muchos edificios vacíos», coinciden.
El arquitecto Jordi Guerrero señala las «infinitas posibilidades» que podrían estudiarse para las instalaciones. «Tan solo es necesario que alguien entienda el valor del complejo y no tan solo desde el punto de vista de los edificios, también por el valor histórico», concluye.