Fotogalería: La otra ruina de Tarragona

Patrimonio perdido. Mas Bonet ha pasado de ser una lujosa villa, donde se reunía la alta sociedad, a un inmueble destrozado

29 mayo 2021 16:50 | Actualizado a 30 mayo 2021 11:51
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«En Villa Herminia, espléndida residencia de la señora Vda. de Bonet y de sus hijos los señores Bonet-Musté y D. Luis se celebró en la tarde del domingo una brillante fiesta con motivo de hallarse en esta ciudad la eminente pianista Srta. Paquita Madriguera, que goza de antigua amistad con los Sres. Bonet. En el artístico y elegante hall de la casa fueron recibidas las familias invitadas (...) Los señores Bonet dispensaron finas atenciones y obsequiaron con espléndido bufet a los presentes, que guardarán grato recuerdo de tan bella fiesta». Es una «nota de sociedad» publicada en el ‘Diario de Tarragona’ el martes 5 de noviembre de 1918.

La afectada crónica refleja que el inmueble del que habla, Villa Herminia, era el centro neurálgico de la high society tarraconense. La casa, también conocida como Mas Bonet, reunía a la crème de la crème pelacanyes. Hoy el edificio, ubicado en la carretera de Valls en dirección al centro, frente a la Creu Roja, es pura ruina.

Hierbajos, cascotes, pintadas, botellas de plástico, colchones polvorientos... se adueñan de los lugares donde antes había alfombras y finos visillos de encaje.

La casa fue construida a principios del siglo pasado por la familia de Josep Bonet Arcas, un industrial dedicado al hierro, en cuyas empresas trabajaron numerosos tarraconenses. Se llama Villa Herminia en honor de su esposa, Herminia Amigó Rafecas.

A principios de los 2000, se cortaron y robaron forjados y vigas. El techo se hundió

Bonet se asoció con otro rico empresario, Macià Mallol, quien se construyó otra mansión, el empresario naviero Mas Mallol (la antigua escola Pax). Ambos se asociaron y se enriquecieron.

El diseño de estilo modernista de la casa es obra del arquitecto Alfons Barba. Según explica Anna Isabel Serra en el libro ‘Recorregut per la Tarragona modernista’ (Cossetània Edicions, 2003), la planta baja contaba con una sala de estar, un comedor, una despensa y un billar.

En otro libro, ‘Tarragona: una passejada pel terme, una retrobada amb la gent’ (Arola Editors, 2007), de Maria-Teresa Muntanya y Francesc Escatllar, se recuerda que el comedor contaba con unos espectaculares «ventanales acabados en arcos rebajados que acogen grandes vitrales con motivos decorativos vegetales (una corona de laurel ovalada, flores, hojas, cenefas...) hechos con vidrio de color y emplomado».

De aquel esplendor no queda nada. Si la fachada de la casa acongoja, el interior sorprende por su estado ruinoso. En el paseo de entrada, antaño un camino que recorrían lentamente los caballeros ataviados con sus levitas y las señoras vestidas de gala, una sillita infantil de plástico naranja yace rota a escasos metros de un álbum infantil que no guarda fotos sino que aún custodia seis ecografías datadas en Tarragona entre el 15 de octubre de 2002 y el 24 de enero de 2003.

Unas botellas de plástico semienterradas por la pinaza se alternan con palés de madera, un saco de esparto con perchas, trozos de columnas, una silla de despacho destrozada, otra de plástico colocada junto un ventanal...

La fachada está pintarrajeada. Dos grupos de escalones la escoltan. El de la izquierda conduce a la zona noble de la casa ya que da paso al recibidor, el enorme salón y la sala de estar ovalada. La de la derecha, a la zona de servicio. En su tiempo se podía entrar a una estancia donde una alacena todavía guarda un par de platos, inundados de polvo. Hoy, los hierbajos y los restos del techo hundido lo hacen imposible.

En una habitación infantil, todavía hay juguetes y varios pares de zapatos de tacón

El techo de la planta baja también está derrumbado. Según explican fuentes familiares, hacia el año 2008 se cortaron y robaron los forjados y las vigas. El techo se desplomó y provocó que los cascotes se enseñoreasen de los pulidos suelos. No cuesta imaginarse el roce de los vestidos o las conversaciones en voz queda de los hombres de negocios.

Una habitación junto al distribuidor fue el hogar de un okupa. Un colchón mugriento comparte espacio con un bote vacío de un kilo de yogur griego, una cuchara de metal y un tenedor de plástico. En su día, quizá albergó una habitación infantil. Aún hay muñequitos, cubos de juguete, una pequeña pizarra, grandes letras de plástico, un miniparaguas... junto a varios pares de zapatos de tacón y dos litografías de París.

Las moscas revolotean entre los trozos de piedra del resto de la planta baja. Otro colchón está embutido en una especie de armario al pie de una escalera. Apenas se observan los restos del estuco decorativo. En la sala de estar, las persianas resquebrajadas dejan pasar la luz para enfocar pintadas de toda índole. Lo único casi incólume son sendas columnas de un pulido mármol.

La escalera, sin barandilla, permite subir a las habitaciones del primer piso. Son inaccesibles porque el suelo que servía de distribuidor (el techo del salón) ya no existe. Según enumeran Maria-Teresa Muntanya y Francesc Escatllar, había «cinco habitaciones con un techo bien alto, de unos cuatro metros. Todas tienen salida a una terraza construida sobre el piso inferior. Cada estancia, de gandes dimensiones, tiene su lavabo y una sala de baño común».

Siguen Muntanya y Escatllar: «El piso superior era para el servicio. Las dos plantas nobles tenían las paredes con estucos y forradas con madera de melis» (pino impregnado de resina). El estuco apenas resiste. De la madera, no hay ni rastro.

Las habitaciones del servicio son las menos deterioradas. Están sucias, pero nada que ver con el resto de la casa. Un tercer colchón permanece en una de ellas. Unos pocos escalones más conducen a la terraza de dos niveles. Una ventana en la parte posterior de la casa permite una tristísima visión: la de la que fue una lujosa rotonda, ahora sin techo e invadida por la suciedad.

Los muretes que deberían proteger la terraza están semiderruidos pero la vista es impresionante: las torres Roma, el edificio del antiguo Banco Atlántico, las grúas del Port, el mar, PortAventura, el polígono industrial de Constantí, la entrada a la autopista, el barrio de Sant Salvador...

También ha desaparecido lo que Muntanya y Escatllar describen así: «Un jardín romántico con cipreses recortados daba un carácter especial al conjunto: una cisterna recogía el agua de lluvia del tejado. Dos balsas tapadas con cubierta de cemento y con una barandilla alrededor para poder pasear se llenaban de agua del pozo Boronat o del Mas de l’Escriu. Completaba el conjunto un estanque que seguía el diseño de los parterres, adornado con cuatro tortugas de cuya boca salía agua».

Una «nota deportiva» publicada en el ‘Diario’ del 7 de septiembre de 1917 narra que «ayer tuvo lugar en la suntuosa finca Villa Herminia una reunión que los tennisman tarraconenses dedicaron a nuestro simpático huésped Sr. Stiholt. A invitación del conocido amateur don Luis Bonet reuniéronse en su finca varios distinguidos jugadores, que jugaron animados sets. El Sr. Bonet obsequió espléndidamente a sus visitantes con un lunch». De albergar gran lujo a ser una ruina total.

Más fotos y vídeos en la web del Diari de Tarragona

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