En el patio todos sabíamos quién era Curro Gan. En el colegio Terraferma, cerca de Lleida, su competencia atlética causaba admiración y un cierto miedo. No sabías dónde acababa el coraje y dónde comenzaba la fechoría. Era un tipo directo y franco, con nariz de boxeador y andares un poco torcidos, como los vaqueros. Son rasgos físicos que te asustan o te calman. Depende de si el tipo está de tu lado o enfrente.
Gan no se cortaba, venía de cara, se entregaba, no podía estarse quieto. Querías caerle bien. Subía dos pisos del edificio de aulas metiendo los dedos en los huecos de los tendeles de la pared y se dejaba caer sobre la gravilla con una flexión precisa y muelle. No era el músculo ni la fuerza. Era la maniobra, el aplomo, el control y la coordinación. Quien ha practicado la escalada sabe de qué hablo.
Estaba cantado que acabaría en el Ejército y no solo por la aptitud física y la actitud castrense. Gan es militar-militar. Sus destinos hablan de competencia profesional y no de política e influencias. Su experiencia incluye posiciones estratégicas en el Estado Mayor; roles clave al mando de misiones en Bosnia, Kosovo o Afganistán, donde encabezó el equipo de reconstrucción de la provincia de Qala-e-Naw; la dirección de la Academia General o del Centro de Inteligencia de las FAS. Empleos en los que cuenta más la capacidad que los galones y se te ve el plumero si no das la talla.
El catálogo de Gan incluye medallas como para fundir una campana del Big Ben, diploma de Estado Mayor y de unidades acorazadas, la licenciatura en Políticas, El arte de mandar bien, un manual sobre liderazgo y gestión de crisis, y los Tres Polos: Norte, Sur y Everest. En fin. Solo la mitad de la biografía del teniente general Gan da para una serie de Netflix.
Con su nombramiento como vicepresidente de la Generalitat valenciana para coordinar la recuperación de los municipios afectados por la dana, Carlos Mazón se ha sacado de la manga un as inesperado. Suavizará su mala posición con el Ejército tras sus críticas a la UME y le congraciará con los sectores que aplaudieron el nombramiento del torero Vicente Barrera como vicepresidente y conseller de Cultura.
También ha pillado a contrapié a la oposición. Gan no es el tópico militarote machito, reaccionario, conspiranoico. Se parece más al general Jean-Louis Georgelin, coordinador de la reconstrucción de Nôtre Dame tras el incendio de 2019. Falleció no hace mucho en un accidente en el Pirineo. Tenía 74 años y había sido jefe de Estado Mayor tras una larga carrera, Kosovo incluido, que empezó en la escuela de Estado Mayor del Ejército de los EE.UU. y creció como jefe de gabinete personal del presidente Chirac y director de planes y programas del Ejército. Un profesional.
Este miércoles, sin embargo, Gan ha protagonizado un giro de guion feo. Nuestro héroe no es perfecto y puede patinar en su nuevo rol. «Hay que sacar la labor de reconstrucción del debate político y el partidismo. No aceptaré ninguna crítica que no venga del ámbito técnico», ha dicho en su primera entrevista. Mal. El vicepresidente Gan, como cualquier otro responsable político —es lo que es ahora— debe someterse al control y supervisión de las Corts. Su autoridad no proviene de las medallas ni de las misiones ni de los galones. Está sujeto a críticas como cualquier otro político y tendrá que ganarse el prestigio con hechos. Como en el colegio. Como en el ejército.