Más allá del dolor por la pérdida de personas queridas y de la angustia por la situación económica, la epidemia de coronavirus ha dejado una profunda huella en la sociedad. Muchos son los cambios que permanecerán en la sociedad. O quizá la capacidad de olvido del ser humano se los lleve. Quien sabe. Pero es casi seguro que cuestiones como el teletrabajo, el cambio del modelo turístico, un mayor control social ‘disfrazado’ de apps sanitarias, una sanidad menos presencial y un replanteamiento del cuidado de los mayores han llegado para quedarse.
El catedrático de Nutrición de la Universitat Rovira i Virgili Jordi Salas-Salvadó cree que «la crisis mundial que ha comportado esta pandemia nos ha agitado y seguro nos ha dado la oportunidad de cambiar como sociedad. Algunos de los cambios van a ser evidentes y reales, otros me gustaría pensar que lo fueran. Es como cuando se muere alguien muy cercano a ti y relativizas la vida, pero al cabo de unos años casi no te acuerdos de aquellos malos momentos y vuelves a las andadas.».
Sigue Salas-Salvadó: «La crisis del coronavirus ha significado un esfuerzo colaborativo para vencer una amenaza real del ser humano y creo que ello va a dejar huella. Espero que esta crisis nos haga avanzar profundamente en algunos campos de la tecnología (telemedicina, uso compartido de datos, machine learning...) y un despliegue de tecnologías que puedan ser usadas para amenazas reales como la actual pero que preserven nuestra privacidad».
Desplazamientos innecesarios
El también Investigador Principal del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición del Instituto de Salud Carlos III augura que «también se avanzará (de hecho se ha avanzado en pocos meses) en el uso de tecnologías de la comunicación evitando desplazamientos muchas veces innecesarios y no respetuosos con el medio ambiente. Espero pero que las reuniones y congresos, aunque diminuyan, puedan convivir con este progreso dada la importancia de las relaciones personales en cualquier campo».
«En el campo de la medicina veremos grandes avances relacionados con la inmunología y las enfermedades infecciosas, pero asistiremos a un parón en otros ámbitos que son sin duda importantes, como las enfermedades cardiovasculares o el cáncer, que siguen siendo las primeras causas de mortalidad. De lo que estoy seguro es de la importancia en avanzar en unas Epidemiología y Salud Pública, capaces de actuar de forma independiente pero colaborativamente con el poder político», explica Salas-Salvadó.
El experto rompe una lanza en favor de la Ciencia, pero no se deja llevar por el optimismo: «Espero que en muchos países (entre ellos el nuestro), los científicos dejen de ser esos personajes con bata blanca dentro de un laboratorio que nadie sabe exactamente a que se dedican y para que sirven, para pasar a ser valorados como una parte fundamental del desarrollo de la sociedad, tanto a nivel público como político. Pero no estoy seguro de que ocurra».
«La sostenibilidad del planeta, el cambio climático y el respeto al medio ambiente son retos para nuestra especie que parece que no nos importen como sociedad y que son factores que posiblemente estén detrás de la actual o futuras pandemias y son amenazas seguras para nuestra especie. Espero que aprendamos de la situación actual y avancemos colectivamente hacia un mundo más seguro y solidario», afirma.
Desde el campo de la sociología, el director de la Cátedra de Inclusión Social de la URV, Ángel Belzunegui, no cree que vayan a producirse cambios en profundidad: «Muchos fueron los que se precipitaron al inicio de la pandemia, cuando pronosticaron cambios irreversibles en nuestra forma de vida, provocados por la situación de emergencia sanitaria, económica y social. La desescalada vino a rebatir la mayoría de aquellos pronósticos, para devolvernos no a una nueva normalidad, tal como se esperaba, sino a las situaciones de interacción de toda la vida. Volvimos a retomar nuestras formas y eso, precisamente eso, está en la base de la segunda ola epidémica que ya tenemos aquí».
Volver al estado inicial
Continúa Belzunegui: «Las formas de interacción social no se sustituyen de la noche a la mañana, por decreto, sino que están sometidas, como cualquiera de los fenómenos sociales, a evoluciones más largas en el tiempo. Una vez tengamos a nuestra disposición una vacuna o un tratamiento eficaz, la mayoría de las cosas volverán a su estado inicial. No soy capaz de vislumbrar cambios profundos que afecten a la vida social como consecuencia de la pandemia».
«Aun sin remedio efectivo por ahora, el ensayo de la desescalada ha servido para poner de relieve las inercias sociales, mucho más fuertes que la percepción del peligro. Otro ejemplo, que me atañe más de cerca, la enseñanza. Una vez haya un remedio, volverá inmediatamente a las formas tradicionales de transmisión de conocimientos: presencialidad y exposición magistral, experimentación en laboratorio y, quizás, un mayor recurso a formas de transmisión virtuales pero que en todo caso serán un complemento, no el núcleo de la educación», dice.
Belzunegui se muestra claramente pesimista: «Tampoco creo que la pandemia sirva de acelerador de una sociedad más atenta con la huella ambiental. El incremento del consumo de plástico durante el confinamiento lo atestigua. En la sociedad postpandémica, volverá el tráfico aéreo (uno de los mayores contaminantes), la sobresaturación turística, el consumo de espectáculos de masas y el consumo crematístico, quizás, como reacción, aun con una mayor fuerza que antes».
«Lejos de asistir a cambios de rumbo que podríamos llamar paradigmáticos, vislumbro una sociedad postpandémica que reaccionará en un primer momento con un mayor refuerzo de lo que era antes de la crisis sanitaria y económica», augura el sociólogo.
Pese a todo, queda lugar para la esperanza: «Más tarde, puede que volvamos a recuperar algo de sensatez sobre todo para seguir abordando los problemas y amenazas que implica el Antropoceno» (el impacto de la actividad humana en la Tierra), pronostica.
En un ámbito más concreto, el de la vivienda, Sergio Nasarre, catedrático de Derecho Civil y director de la Cátedra Unesco de Vivienda de la Universitat Rovira i Virgili, explica que «la vivienda ha desempeñado un rol fundamental en la crisis del Covid-19. El impacto que esta tenga en la primera dependerá de cuánto tiempo estará el virus entre nosotros y si se producen nuevas pandemias. Así, podría volverse estructural la triple reflexión sobre si es seguro, si es necesario o si es interesante vivir en una ciudad».
«Se trata de un virus urbano que puede recomendar vivir más aislado o en lugares más remotos, lo que puede ser posible gracias al teletrabajo y a la renta mínima vital (porque no sea necesario trabajar) y que puede llegar a bloquear el dinamismo de la ciudad (colas, entretenimiento cerrado o limitado...)», sigue Nasarre.
El experto en vivienda concluye que la Covid «puede poner en entredicho todo lo ‘común’ o ‘colaborativo’ por el riesgo de contagio, de manera que toda la incipiente ‘economía colaborativa’ surgida a raíz de 2007 (comida, transporte, vivienda, coworkings) podría cuestionarse, así como convertir a los transportes y servicios públicos en insostenibles».