Entre aquellas extrañas neumonías aparecidas en noviembre de 2019 en China y la vacuna de Pfizer inyectada ya a ancianos en residencias de Tarragona ha pasado poco más de un año: 13 meses de oscuridad que han cambiado nuestra vida y que, sobre todo, han dejado atrás un reguero de sufrimiento. Más de 800 fallecidos en la provincia y más de 30.000 contagiados son el crudo parte del impacto en la salud desde que a mediados de marzo la pandemia irrumpiera en España, como lo hacía en Europa y en buena parte del mundo. La elevada mortalidad en las residencias, golpeando a la población más vulnerable, el desgaste físico y emocional en el sistema sanitario o la persistencia de síntomas de una enfermedad aún con muchas incógnitas son algunas de las claves que sirven para explicar el SARS-CoV-2.
Los enigmas siguen rodeando a esta nueva dolencia, grave y desconcertante, capaz de no producir síntomas en muchos casos y también de provocar la muerte en otros. El propio origen del patógeno no está claro. El mercado de mariscos de Wuhan, en la provincia china de Hubei, ha figurado siempre como el inicio del virus, pero lo cierto es que no está clara aún la procedencia exacta ni el animal que actuó como huésped. La OMS, de hecho, investiga sobre el terreno.
La Covid-19 no se puede explicar sin su brutal impacto económico por los cierres y las restricciones. La crisis está siendo abrupta y profunda, sobre todo en sectores como el turismo, vital en Tarragona, la restauración o el comercio. El paro y la pobreza han irrumpido con fuerza.
Los aspectos positivos son menos comunes, pero también los hay. Entre ellos está la adaptación de los centros educativos, la oleada de solidaridad, el teletrabajo o la respuesta de la ciencia.