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Van Dyke

09 diciembre 2024 19:09 | Actualizado a 10 diciembre 2024 07:00
Marta San Miguel
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Aveces no tengo claro qué hacer con los vídeos o anuncios que empiezan a llegarnos estos días prenavideños; no sé si nos quieren ablandar, si nos quieren empáticos, imbéciles, si quieren motivarnos, enseñarnos, aplastar nuestro gusto musical o hacernos hábiles para los vínculos emocionales, aunque sean vínculos de pegar con velcro. Hay algo hermoso y cínico en dejarse vencer por lo que desprenden los anuncios de turrones o de embutido o de lotería: venden emoción y de paso su marca, hasta ahí el pacto. Pero esta vez no tengo claro qué pretende vender el videoclip que ha lanzado la banda de música británica Coldplay, en el que rinde homenaje a un actor al que muchos apreciamos por lo que representa: Dick Van Dyke, o lo que es lo mismo, el deshollinador de la película Mary Poppins.

Envejecer como Van Dyke tiene que ver con algo en su sonrisa. Es la misma de cuando cantaba entre las chimeneas de Londres con escobas coreografiadas o a lomos de un caballo de tiovivo galopando por el cuadro que él mismo había pintado, solo que ahora esa sonrisa la enmarca la barba blanca de un hombre que, este viernes, cumplirá 99 años. ¿Qué proyecta en nosotros la sonrisa de un nonagenario? Más de un millón de visualizaciones después, el videoclip sigue sonando a despedida, aunque ellos lo llamen homenaje. La canción celebra la vida del actor poniendo un estribillo dulzón y blandito sobre qué es el amor, con el piano de Chris Martin haciendo coros, y aunque te pueden dar más o menos pudor estos actos musicales entre lo admirativo y lo cursi, hay algo que me intriga de esta pirotecnia emocional por lo que subyace: el vídeo te hace mirar el sentido de un final, y eso asusta, porque algunos finales acojonan aunque los adorne una canción de Coldplay.

Durante siete minutos, el vídeo intercala declaraciones, tomas falsas, la actuación musical y muchas sonrisas, pero lo que en realidad te pone delante de las narices es lo que Van Dyke ha vivido y ya no está: las fotografías en blanco y negro con la infancia de sus hijos, su propia juventud, la lozanía, la mirada de su mujer, los proyectos profesionales, las casas a las que se mudaron; instantáneas que te llevan a lo que ha terminado porque la vida, al suceder, se ha transformado en otra cosa. «Soy muy consciente de que puedo irme en cualquier momento, pero en realidad no me preocupa», dice Van Dyke en una secuencia. «No tengo miedo, tengo este sentimiento de que voy a estar bien», y viéndolo bailar con un elegante traje blanco pues te lo tienes que creer, aunque lo que nos estén vendiendo no queramos comprarlo. Ni pensarlo siquiera.

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