No es nuevo que Cataluña dispone de un modelo comercial propio y característico desde hace muchos años, el comercio local. Este modelo ha sido copiado por muchos países del mundo y por el conjunto de ciudades de España.
Un gran compromiso con la calidad, importante función social, contribuyendo con el equilibrio territorial y garantizando unas prácticas asociadas que contribuyen a la mejora de las condiciones del entorno físico y social.
Las pymes son el 98,9% del tejido empresarial de nuestro país y aportan el 70% de la riqueza. Si retrocedemos solo un poco en la historia, concretamente al siglo XVIII, nos encontramos con que José Cadalso dejaba testimonio de ello en sus cartas marruecas, publicadas póstumamente en 1789.
Cadalso, entre la admiración y el reproche, lo deja sentenciado: Cataluña era sinónimo de crecimiento económico. Y ese hecho era la condición diferencial con el resto de los pueblos de España. El comercio y los grandes comerciantes emergían como un punto de obligada referencia.
Pero sus genios son poco tratables, únicamente dedicados a su propia ganancia e interés. Algunos los llaman los holandeses de España, una interpretación global e integrada del papel en el comercio de la burguesía comercial catalana en la última etapa del feudalismo desarrollado en nuestro país.
En el siglo XIX se produce la primera revolución de los comercios minoristas y la experiencia de los clientes.
Con la aparición de los grandes almacenes, en los que se asentaban las tiendas minoristas ofreciendo una diversidad de productos a sus clientes, el consumidor se convirtió en el dueño de su propio viaje de compra, dándole libertad para deambular y explorar estos nuevos grandes espacios comerciales que verían cómo la experiencia del cliente se transformaba radicalmente para siempre.
En 1883 James Ritty inventó la caja registradora, que apodó ‘cajero incorruptible’. El revolucionario invento facilitó el proceso de pago de los clientes durante más de un siglo, ya que se adoptó rápidamente para las ventas al por menor.
Antes de la aparición de este revolucionario invento, muchos empresarios del comercio tenían problemas para llevar su contabilidad y a menudo no sabían si tenían beneficios o pérdidas.
Las tiendas eran pequeños puestos en la entrada de algunas casas en las que se vendían artículos de lo más variopinto, con total dedicación, trabajando de sol a sol y toda la semana, ofreciendo a los usuarios una gran variedad de productos y con una inmejorable calidad.
Gracias a ellos, hoy podemos contar como herencia, con el mejor pequeño y mediano comercio, dando colorido, vida y riqueza a los barrios de las grandes ciudades y con toda seguridad, seguiremos viendo nuevas tendencias y cambios en beneficio de las familias y usuarios.