La consigna de Junts per Catalunya, lanzada por Carles Puigdemont desde Waterloo, es persistir en la estrategia de tensión con el Estado. La táctica, sólo comprensible por la desesperación de la distancia, no es compartida por ERC, que apuesta por una vía más pragmática que se resume en un primer objetivo de «ensanchar las bases» del independentismo. El abismo entre las distintas formaciones independentistas se hace patente en cada intento por articular una respuesta común del soberanismo a la actuación del Estado. Carles Puigdemont, desde Bruselas, va a cara de perro y Oriol Junqueras desde la cárcel, se abre al diálogo que incluso contempla apoyar la investidura de Pedro Sánchez. La táctica guerrera de Junts per Catalunya no distingue escenarios. Ayer, la comparecencia del president de la Generalitat, Quim Torra, en Madrid fue aprovechada para plantar cara bajo el balcón de los poderes del Estado. El discurso no se caracterizó por los paños calientes. Quim Torra, aseguró que si la sentencia del juicio del procés no es absolutoria, la maquinaria independentista volverá a ponerse en marcha. «Si se condena a nuestros compañeros, no aceptaremos esta sentencia y actuaremos en consecuencia», ha afirmado. Para Torra, un veredicto condenatorio implicará «trazar en firme el camino hasta alcanzar la independencia». Sin un atisbo de diplomacia Torra «todos los derechos que nos han negado los volveremos a ejercer».
Como preámbulo del otoño caliente que se avecina no se puede pedir más. No se puede pedir más si lo que se pretende es apagar los incendios con gasolina en lugar de buscar soluciones a los problemas. La táctica de Junts per Catalunya no puede ser más descabellada. Parece como si la experiencia reciente no hubiera servido de lección. El enfrentamiento con el Estado, sin ninguna mayoría democrática ni el más insignificante aval internacional es un ejercicio de pura irresponsabilidad que no hace más que ahondar en la crisis que el procés ha abierto en Catalunya.