La guerra vuelve a Europa y además del horror que supone, cae como un jarro de agua fría en medio de la tan ansiada vuelta a la normalidad por la pandemia y de la igualmente deseada recuperación económica.
Justo un día después de que la UE anunciara que, tras más de un año cerradas, el 1 de marzo reabrirán las fronteras a viajeros del resto del mundo vacunados o recuperados tras haber padecido la Covid, y de que, en clave local, comenzáramos a conocer los primeros paquetes de ayudas de los fondos europeos Next Generation, Putin descargaba toda su furia en Ucrania con un ataque demoledor por tierra, mar y aire, que nos sitúa de nuevo en un escenario de incertidumbre de alcance aún desconocido.
La invasión añade presión a la inflación en cifras altas a ambos lados del Atlántico. Ahora será más complicado que los precios se moderen, ya que tanto carburantes como el resto de fuentes energéticas se encarecerán.
Ayer mismo el gas se disparó un 30% y el barril de petróleo Brent superó los 100 dólares por primera vez en ocho años. Sin contar que muchas empresas esperarán a ver qué pasa antes de acometer inversiones relevantes y las familias reducirán el consumo por prudencia.
En definitiva, un 24-F que pasará a la historia como un día negro. En primer lugar por el drama humano que supone. En segundo, porque nos devuelve a un espacio de confrontación similar al de la guerra fría. Y por último, porque nos va a afectar a todos.
