El caso de la trabajadora que se suicidó después de que un vídeo sexual se difundiera masivamente por las redes sociales ha alertado del riesgo que supone un uso indiscriminado e inconsciente de las nuevas tecnologías de la comunicación. Como se sabe, una mujer trabajadora de la fábrica de camiones CNH Industrial, propiedad del grupo Iveco, en Madrid, se quitó la vida la pasada semana después de que se difundiera masivamente un vídeo sexual suyo, grabado hace cinco años, entre sus compañeros de trabajo. Lo que quizás sólo pretendía ser un divertimento sin trascendencia alguna acabó derivando en una tragedia con un daño irreparable. El problema es de tal magnitud que obliga a nuestra sociedad a tomar medidas urgentes para prevenir las consecuencias de la utilización inconsciente de teléfonos móviles, cámaras de ordenador, micrófonos minúsculos y demás artilugios que, con enorme facilidad, irrumpen en todos los momentos de nuestra vida, incluso en los más íntimos. El catálogo de problemas derivados del uso sin escrúpulos de las modernas tecnologías audiovisuales comienza a desembarcar en los juzgados. Sólo en Tarragona, la Fiscalía está investigando 66 casos de difusión de fotos íntimas. Este modus operandi tiene todo tipo de causas, desde la mera inocentada al más vil instinto de venganza entre parejas. En cualquier caso todo uso no consentido de este material es sencillamente deleznable y debe ser perseguido y castigado severamente por la Justicia. Sin embargo, y como sucede en los otros campos de la delincuencia, el mejor método para combatir estos comportamientos es la educación. Y aquí el papel primordial está en las familias y en las escuelas. Una educación sana y a la vez rigurosa en el uso de las nuevas tecnologías se hace imprescindible desde la más tierna edad. Actualmente los niños adquieren habilidades tecnológicas con una rapidez inusitada, pero son totalmente vulnerables a un uso inapropiado de los instrumentos que la modernidad nos ha puesto en las manos. Estamos avisados del grave riesgo.